Por Saúl Hernández Bolívar
Las pirámides son un fraude porque su método conduce de manera inevitable al colapso.
Noviembre 17 de 2008
En Colombia suele decirse que el narcotráfico avivó un afán desmedido por obtener fortuna a cualquier precio, ‘dinero fácil’ como suele llamarse. Yo creo todo lo contrario: que el narcotráfico, el secuestro y otras actividades que nos avergüenzan ante el mundo, encontraron el camino allanado gracias al fuerte arraigo de la codicia en nuestra cultura. No en vano, el sueño de cualquier colombiano es ganarse la lotería; o sea, hacerse rico pero sin trabajar. Por eso, no hay que sorprenderse de que la causa del remezón que sacude a Colombia por estos días no sea la guerrilla, los ‘paras’, la mafia o un escándalo político sino una estafa en la que cayeron millones de personas.Es un hecho irrefutable que los sistemas de ‘ahorro’ piramidal, y otros similares como el ‘esquema Ponzi’, son un fraude puesto que están condenados de manera inevitable al colapso: se enganchan ahorradores ofreciendo altos intereses cuyo pago depende de que se vinculen más incautos de manera ilimitada o de que los primeros beneficiarios reinviertan siempre sus ganancias. De manera ineludible, se llega a un nivel de masa crítica cuyos rendimientos prometidos no están soportados en ingresos reales, por lo que no es posible responderles a los ahorradores y viene el desplome. Eso sí, el estafador queda con los bolsillos llenos. Esto, por supuesto, es muy parecido a lo que ha sucedido en la crisis económica mundial con las deudas subprime y los bonos basura.A pesar de que la filosofía popular dice que “de eso tan bueno no dan tanto” y de las innumerables advertencias, miles de incautos juntaron sus ahorros, vendieron sus haberes y hasta se endeudaron para ‘invertir’ en pirámides que les ofrecían rendimientos hasta del 300 por ciento mensual, combinándose la ilusión y la ignorancia, la esperanza y la necesidad, el facilismo y la ambición. ¿Por qué tanta gente humilde desatendió las advertencias? Talvez porque Colombia es un país en el que escasean las oportunidades para superarse en la vida. No es fácil que los marginados accedan a una educación de calidad y lleguen a la universidad.
Tampoco es fácil emprender proyectos productivos sin tener formación, sin créditos óptimos, sin facilidades de comercialización, promoción y mercadeo, y en medio de una tramitomanía intimidante. Ni siquiera es fácil obtener un empleo de calidad que garantice estabilidad laboral y mejores condiciones salariales. El trabajo se ha pauperizado en muchos sentidos, de ahí que abunde el rebusque en condiciones de informalidad, la ilegalidad y la criminalidad propiamente dicha.Por otra parte, el sector bancario paga intereses miserables a los ahorradores, por lo que cada vez son menos las personas que los consideran como una opción real que ayude a mejorar su situación económica. Además, los bancos cobran ‘hasta por el saludo’, y el costo de sus servicios es tan alto que la mera cuota de manejo de una tarjeta débito se come los intereses y buena parte de los escasos ahorros de clientes de estratos medio y bajo, para quienes estar bancarizados es un lujo que no les reporta ningún beneficio.No obstante, no hay que dejar de observar la insensatez de muchas personas que dejaron de trabajar cuando las pirámides empezaron a reportarles ganancias, creyendo que podían vivir de balde por el resto de sus días.Ya se habla de pérdidas cercanas a los mil millones de dólares que obligarán al Gobierno a realizar un rescate financiero que evite el agravamiento de las condiciones de vida –o de pobreza– en muchas regiones del país, y las consecuencias sociales van desde motines, asesinatos y suicidios, hasta un estado de negación de las víctimas, que defienden a las pirámides y culpan de su caída a los medios de comunicación por encender las alarmas; al sistema bancario por sabotear esta ‘revolución’ financiera para preservar su monopolio; y al Estado por un poco de todo: por prohibir, por regular, por no regular, por no intervenir a tiempo, etc. Incluso, a los timadores los consideran poco menos que unos Muhammad Yunus, unos filántropos que descubrieron el truco de la multiplicación de los peces y los panes y lo quieren compartir con los pobres, cuando son simples embaucadores o astutos lavadores de dineros ilícitos.