por Víctor Diusabá Rojas
Se quejan de que no hubo dientes para hacerle frente a las pirámides. Ni dientes ni ganas, señores. El drama que viven millares de colombianos no es cosa de estos días, sino que se remonta a años atrás, siempre con las consecuentes promesas de que no se permitiría la reincidencia de la vieja fórmula en la que el vivo vive del bobo. Ahora, como siempre sucede, ya no hay nada que hacer.
Ni la ira popular ni los golpes de pecho de quienes dejaron hacer y pasar a los avivatos, y tampoco los tardíos recursos legales, permitirán el retorno de las inversiones, de los ahorros, o mejor, de las apuestas. O como ustedes quieran llamar a esa ruleta rusa con la que millones de ilusos le pegaron un tiro a sus ya desvalidas finanzas. Hay quienes piden una ley de salvamento, proporcional a la que en su momento se le dio al sector financiero (que aún nos debe las gracias, y algo más). Quién sabe si eso sea factible. ¿Cuántas pirámides hay? ¿Y cuántas faltan por desbarrancarse? ¿Dónde está el soporte real de los depósitos? ¿Quién validará esos papelitos que la gente guardaba como tesoros y que ahora son nada más que dolorosas pruebas de esa mezcla terrible en que se confunden la avaricia y la ingenuidad?
Ah, y bueno, ¿alguien pagará en el alto Gobierno por semejante omisión? Las aguas parecen haberse calmado luego de que las reacciones pasaron muy rápido de las lágrimas de desconsuelo a la crispación. Los destrozos materiales a las sedes de las pirámides, muchas de ellas modestas y tomadas en arriendo, son poca cosa frente al infame asesinato de Byron Santander Narváez, personero de Buesaco, Nariño. Y el viernes ya iban dos víctimas más, una de ellas se suicidó.
Lo peor es lo que viene ¿Cuánto golpeará esta crisis el ya preocupante panorama interno que se avizora, y se vive, en materia económica? Nuestra tradicional mirada cortoplacista pinta un diciembre lúgubre para millares de familias. No se trata de decir que eso no es importante, pero hay que mirar más allá del Niño Dios. Porque faltan muchas más preguntas por resolver: ¿Cuántos colombianos están en la calle por culpa del jueguito y qué harán para subsistir? ¿A qué estarán dispuestos para hacerlo? ¿Cuántos se endeudaron para entrar en las pirámides? O algo peor: ¿con quién se endeudaron y bajo qué condiciones?
Y como telón, lo cultural. Otra vez, la maldita herencia de dos monstruos nos deja su Frankenstein. La corrupción y el narcotráfico han engendrado el paradigma del dinero fácil. Tras ese dinero fácil va de cabeza esta sociedad sin importar el riesgo. Unos pierden y lloran. Otros ganan y se hacen intocables, aparte de inmunes e impunes. El tema ni siquiera pasa por la diferencia de estratos.
Es una convicción. Aquella que lleva aferrada a su mochila la campesina de Santander de Quilichao que pidió prestado el milloncito de ley o la misma que exhibe la encopetada dama en La Alhambra, al norte de Bogotá, mientras ahora esconde bajo sus lentes oscuros la pena de haber jugado 500 millones de pesos como si fuera a los dados. La diferencia es el tamaño del saco, que ambas ven roto hoy. Vendrán las medidas, y a la par, las trampas. Esto de las pirámides no se marchará fácil de nuestra cotidianidad. Mañana se disfrazará y se pondrá otro nombre para que millones vuelvan a caer.
El círculo sólo se romperá con las tenazas de la educación y de la justicia social. Pero ese capítulo está mucho más adelante en nuestra historia. La verdad, mucho más adelante.