sábado, noviembre 29, 2008
PARA EL PERRO NO HAY HUESO FLACO
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano
Qué fuera del ser humano parado solitario en medio de esta esfera que no comprende ni el matemático, ni el lógico ni el geógrafo. Qué fuera de su día a día con estos avatares de los huracanes, de las recesiones, de horóscopos y sus afines que lo envuelven en cortinas e incertidumbres. Qué fuera si hasta el fantoche y el arlequín escondieron tras su risa fingida las intenciones. ¿Qué fuera del hombre, digo, si el descendiente de Diógenes, el can, ese cínico animal, no nos alegrara con su mirada lánguida y nos advirtiera con su cola lo que nos quiere?
El perro sea blanco, negro, el amarillo, el colimocho, el minúsculo píncher o el chihuahua, o el grandote y pesado sanbernardo, el de sedosa y lisa piel y dogo, el chandoso de la plaza de mercado, el siberiano de un ojo zarco y el otro rojo, el arrugado shar-pei como un chimpancé o el pitbull con cara y maza de corleone o el espigado azawakh de origen africano, el lebrel de fino paso, el salchicha de continente lento y solemne -todos-, hablan el mismo idioma y hacen idénticos malabares y duermen en la perrera o sobre el costal que tenga a bien concederle la alcurnia de su amo.
El can no sufre de xenofobia ni odia, ni anda con chismes a pesar de juntarse con toda clase de chandes y perras, no tiene complejos ni reza avemarías para que le vaya bien en esta vida. Nunca entrenó para una olimpíada pero recorre cien kilómetros por día por entre carnicerías, mataderos, en busca de comida, de su presa preferida que es la carne roja, de un pan roñido o de unos restos que otro hambriento despreció por oler a feo.
El perro es más tranquilo que cualquier jugador o entrenador de fútbol antes del partido. Nada le afana y si tiene reloj en su pulsera es de juguete. El mundo a su alrededor puede caerse, a él no le afecta el colesterol ni se le alborota en el páncreas el estrés de moda. Mira a lado y lado y busca escondedero como cuando pasa la calle cuando el semáforo está en rojo. Si alguien se le atraviesa le hace un rápido esguince, pone sus patas en primera y se esfuerza por salir más aprisa del atolladero. También es tranquilo para hacer sus necesidades. Como cualquier mendigo o muchacho maleducado, se bajará la cremallera, se agachará sin pena o alzará la pata sobre la pared o el árbol y dejará un pozo amarillento.
Cuando está en casa es otra persona y se acomoda a las circunstancias. Nadie pensaría lo que es capaz de hacer cuando se junta con la gente de su calaña. Le echa flores a las hembras, sean gordas, ricas, bajitas o estén en la furia de su regla. Estira su cuello, danza en torno a ellas, hace el amor sin condón ni cremas aunque no haya cama y se cuida de no ir al baño pues perderá su fama y los otros perros lo sacarán a mordiscos, cojo y con el rabo entre las piernas.
No vayan a pensar que por todo lo dicho el perro es infeliz. No anda en bebetas, ni gasta la plata en cosas finas. A él, como buen perro, todo le sale gratis. Nunca en las fiestas se le vio borracho. Es más. Hasta ahora nadie lo ha visto en discotecas como tampoco aprendió a ir a la iglesia. Si su amo es ricachón está contento, si es la loca del barrio anda como un santo detrás de ella. Tan pronto aparece el pan, baila salsa, tango, merecumbé o capoeira y la vida para su dueño será una fiesta.
30-10-08 4:03 p.m.
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