LA PERFECCIÓN DE UNA FLOR LLAMADA GERBERA
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano
Hablar del ser humano es atreverse a equivocarse porque es intentar tocar la esencia misma de un espíritu profundo. Puede uno caer en el abismo sin fondo de la insensatez o perderse en el laberinto de puertas infinitas de la limitación y quedarse mudo ante la impotencia de hallar siquiera su nuda superficie. La especie humana es impredecible, bien sea cuando se encontró por primera vez frente a frente con un ojo de agua que lo reflejara o en esta era cuando su poder ha llegado a fronteras insospechadas.
Queda estupefacto el entendimiento humano al tratar de comprender las múltiples facetas y posibilidades del comportamiento del ser que nació con el cerebro dividido para captar en dos dimensiones o hemisferios. No se sabe si admirar más su capacidad de cavilar, razonar y encontrar solución a sorprendentes inequidades o su etérea nitidez para emocionarse ante lo sórdido, lo gigantesco, lo frágil, la miniatura, la simplicidad y la belleza allí escondida.
Por eso, no es difícil explicarse por qué al mirar en una maceta de flores, los ojos se embelesan mirando y remirando una amarilla o gerbera lila. Es una flor, es un pequeño objeto decorativo que no pesa un kilo, ni cuesta un euro ni nació en una cuna de príncipes o marqueses. No tiene la majestuosa grandeza de una pirámide de Egipto ni la Naturaleza se demora mil años para darle vida en su vientre. Pero cuando la lupa curiosa y prodigiosa del ojo del artista la divisa, ocurre lo mismo que le pasa al sol cuando el agua de una fina lluvia se atraviesa entre sus piernas. Se irisa y ocurre el fenómeno que hace nacer el arco multicolor sobre los montes y los valles.
La gerbera rosada o la magenta o la más roja, la de centro de filamentos negros o la de circunferencia de tirillas blancas son joyas de una fina pedrería. Mire usted con ojos de hijo tierno a una gerbera rosada con su pétalos en tríadas, siga hacia su interior y fije su vista en la alfombra que la noche tejió de suaves membranas como capullitos de rocío rosado y pase luego la mirada por el fino ojo negro con pestañas blancas. Es una orquesta completa de su director vestido de frac negro y alrededor los instrumentos brillantes con instrumentos de colores y en la periferia el público de pié aplaudiendo el gran concierto.
¿Habrá obra de arte más preciosa, podría Van Gogh en el punto más alto de su creación, pintar con exacta precisión tantos puntos y matices, como el pincel que la madre tierra produjo con el beso del aire lleno de un polen de colores? La gerbera se sienta como princesa en el centro del jarrón y las otras flores y los helechos se esfuerzan por dar realce a su belleza. Ella, con rubicunda tez, exhibe esplendorosa su cuerpo y su vestido. Ya lo había dicho la biblia: ni Salomón con toda su riqueza se vistió así nunca para recibir a la reina de Saba.
Con la frente inclinada y la razón callada, he vuelto la espalda meditativo. La perfección llegó ayer noche a mi casa, la tuve entre mis manos y la besé con la misma veneración que a una hija. ¿Habrá dicha más pura, sensación parecida a haber desayunado con un ángel en mi mesa, si existieran?
03-11-08 7:24 p.m.