domingo, noviembre 09, 2008

Cambio de los conceptos




Diógenes Díaz Carabalí

Hasta hace muy pocos años nos hablaban de paradigmas: sinónimo de cambio; un cambio al servicio del modelo, infalible y obligado, con fundamento en la libertad total del mercado, necesario para participar con capacidad de competitividad, y con los naturales aditamentos de calidad y eficiencia para una sociedad de consumistas. El mayor objetivo era la satisfacción de sus necesidades y caprichos.


La planeación estratégica se convirtió en la panacea para la solución de todos los riesgos, y del fracaso empresarial se culpaba a su incorrecta aplicación. A ella se agregaron los supuestos principios de La Calidad Total japonesa, y la Reingeniería del colegio de negocios de la universidad Harvard.


Pesa a todos estos supuestos, en la semana, CNN, ha difundido en sus noticias económicas, que en los últimos dos meses, más de cuatrocientas mil empresas Norteamericanas han solicitado permiso para llamamiento a quiebra. Es decir, que el modelo era por lo demás imperfecto, que la DOFA, por lo menos como era concebida, no es la herramienta contra las amenazas y las debilidades, y que la calidad y la productividad eficiente no son la garantía para la supervivencia de una empresa, ahora, ni por lo menos para el futuro inmediato.


De todas estas teorías, de alguna manera, fuimos aficionados, y quienes hemos tenido oportunidad de orientar cátedra, nos asalta el temor y la culpa de que engañamos a los alumnos. Es que quienes nos atrevíamos a mencionar otras posibilidades administrativas y económicas en las clases de negocios, nos trataron de populistas y politiqueros, e incluso de resentidos y fracasados, pero al final la historia ha dado la razón.


Muchos planteamos que se hacía necesario un cambio en los conceptos: de la riqueza, del desarrollo, del bienestar, de la infraestructura, convencidos con el principio económico de los creadores del capitalismo, que los recursos son escasos, y ante todo que debían estar al servicio de los habitantes del planeta. Sin duda si hubiéramos repartido con más equidad, la sociedad hoy se ahorraría muchos de los conflictos y las contradicciones que la afectan.


En ese sentido, hay que concebir el desarrollo y la productividad de manera diferente. Con una moderación que permita un mundo habitable, no tanto como la Aldea Global rebatible de Mc’Luhan, sino con la diferencia natural de un planeta enriquecido con la diversidad cultural y antropológica. No podemos concebir hoy el desarrollo por la argamasa y el ladrillo, ni cuántas obras de incomensarables dimensiones podamos hacer: estamos obligados a vivir con responsabilidad. La sociedad tiene que dotarse de estados nacionales fuertes; que regulen el monopolio, el mercado y desorbitado enriquecimiento. Tenemos que cambiar el concepto de comodidad y de riqueza, obligados como estamos a dejar un planeta habitable para nuestros descendientes.

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