POR Marco Antonio Valencia
La abuela estaba pilando maíz cuando
llegaron Papo y Ariel, los hijos de su hijo mayor. Traían una canasta llena de
guayabas y le preguntaron si podían ir a venderlas al pueblo para obtener algo de
dinero, e ir a cine cuando regresaran a la ciudad.
La abuela pensó decirles que había
cosecha y todos en el pueblo tenían en el patio de sus casas un palo de
guayaba, y por eso las regalaban o las dejaban podrir en el piso, y casi nadie
recibía ni jugos ni dulces de esa fruta porque estaban hastiados de su sabor y
aroma. Pero no les dijo nada. En su fuero interno, decidió que era bueno para
los muchachos salir a ofrecer algo difícil de vender; a lo mejor aprendían
algo, al fin y al cabo, para eso su hijo Santiago los había mandado de
vacaciones a la finca.
Papo, de doce años curioso por
naturaleza, se sirvió un tazón de aguapanela y le preguntó a la abuela “qué hacía”,
mientras su hermano dos años mayor se sentó sobre un taco de madera para
quitarse –con la cara arrugada-, los abrojos pegados a su ropa.
La abuela explicó: “el maíz se pila para
quitarle la cascarilla y pasarlo más fácil por el molinillo. Luego se pone a cocinar
en agua con sal hasta que ablanda del todo, para poder amasarlo y hacer las
arepas”.
-¡Abuelita, una cucaracha voladora! –
gritó Ariel.
-Escuché que cuando una cucaracha vuela
hay una mujer embarazada en la casa -dijo Papo.
-Pero también dicen, que cuando las
cucarachas vuelan, es porque va a llover -dijo la abuela sonriendo.
Mientras la abuela apilaba, molía,
cocinaba, hacía bolas con el maíz amasado, armaba arepas y las ponía a asar en
un tiesto caliente untado de aceite, le gustaba contar historias a quien la
escuchara. Y si no había nadie, hablaba sola.
-¿Han
oído hablar de los espantos? En esta vereda ronda uno que tiene figura de
humano cruzado con animal porque su cuerpo está cubierto de pelos, tiene alas y
garras, y unos ojos brillantes que asustan sobremanera a quién los ve. Y si te lo topas, invisible o visible, te
sopla sobre la cara y te contagia de una enfermedad terrible.
-¿De
verdad?- se extrañó Ariel.
-A
los que se les aparece, les da escalofrío, fiebre, malestar general, dolor en
los huesos, tristeza, depresión,
estornudos… y por la nariz les sale una baba verde y espesa. A veces es tan
doloroso, que algunos se quieren morir, o sienten que se mueren de la peor
manera.
-Dicen
que al mirarlo de frente se te mete un susto al cuerpo. A veces la gente se
despierta a media noche y se encuentra con los ojos resplandecientes del
espanto, que luego de insuflar su enfermedad, sale dando saltos como una rata y
cobra vuelo por la ventana. Por eso, es mejor cerrar las ventanas por la noche.
A
veces los perros aparecen muertos después de la visita del espanto. Corre el
rumor que las mascotas ofrecen su vida para proteger la de sus amos cuando por
esa enfermedad se van a morir. Por eso, es bueno tener perros en la casa.
Papo
y Ariel se miraron en silencio, nerviosos. Afuera, se fue instalando el sonido
de la noche y los muchachos comenzaron a temblar mientras veían los ojos
brillantes de una cosa parecida a un gato en la oscuridad, y escucharon en su
imaginación a un monstruo estornudando en las penumbras.
Eran
tardes frías, de lluvia, y el espanto de la gripe rondaba en busca de ventanas
abiertas…