domingo, abril 20, 2014

HAY UN MONSTRUO ESTORNUDANDO EN LAS PENUMBRAS


POR Marco Antonio Valencia

La abuela estaba pilando maíz cuando llegaron Papo y Ariel, los hijos de su hijo mayor. Traían una canasta llena de guayabas y le preguntaron si podían ir a venderlas al pueblo para obtener algo de dinero, e ir a cine cuando regresaran a la ciudad.

La abuela pensó decirles que había cosecha y todos en el pueblo tenían en el patio de sus casas un palo de guayaba, y por eso las regalaban o las dejaban podrir en el piso, y casi nadie recibía ni jugos ni dulces de esa fruta porque estaban hastiados de su sabor y aroma. Pero no les dijo nada. En su fuero interno, decidió que era bueno para los muchachos salir a ofrecer algo difícil de vender; a lo mejor aprendían algo, al fin y al cabo, para eso su hijo Santiago los había mandado de vacaciones a la finca.

Papo, de doce años curioso por naturaleza, se sirvió un tazón de aguapanela y le preguntó a la abuela “qué hacía”, mientras su hermano dos años mayor se sentó sobre un taco de madera para quitarse –con la cara arrugada-, los abrojos pegados a su ropa.

La abuela explicó: “el maíz se pila para quitarle la cascarilla y pasarlo más fácil por el molinillo. Luego se pone a cocinar en agua con sal hasta que ablanda del todo, para poder amasarlo y hacer las arepas”.

-¡Abuelita, una cucaracha voladora! – gritó Ariel.
-Escuché que cuando una cucaracha vuela hay una mujer embarazada en la casa -dijo Papo.
-Pero también dicen, que cuando las cucarachas vuelan, es porque va a llover -dijo la abuela sonriendo.

Mientras la abuela apilaba, molía, cocinaba, hacía bolas con el maíz amasado, armaba arepas y las ponía a asar en un tiesto caliente untado de aceite, le gustaba contar historias a quien la escuchara. Y si no había nadie, hablaba sola.

-¿Han oído hablar de los espantos? En esta vereda ronda uno que tiene figura de humano cruzado con animal porque su cuerpo está cubierto de pelos, tiene alas y garras, y unos ojos brillantes que asustan sobremanera a quién los ve.  Y si te lo topas, invisible o visible, te sopla sobre la cara y te contagia de una enfermedad terrible.
-¿De verdad?- se extrañó Ariel.
-A los que se les aparece, les da escalofrío, fiebre, malestar general, dolor en los  huesos, tristeza, depresión, estornudos… y por la nariz les sale una baba verde y espesa. A veces es tan doloroso, que algunos se quieren morir, o sienten que se mueren de la peor manera.
-Dicen que al mirarlo de frente se te mete un susto al cuerpo. A veces la gente se despierta a media noche y se encuentra con los ojos resplandecientes del espanto, que luego de insuflar su enfermedad, sale dando saltos como una rata y cobra vuelo por la ventana. Por eso, es mejor cerrar las ventanas por la noche.
A veces los perros aparecen muertos después de la visita del espanto. Corre el rumor que las mascotas ofrecen su vida para proteger la de sus amos cuando por esa enfermedad se van a morir. Por eso, es bueno tener perros en la casa.
Papo y Ariel se miraron en silencio, nerviosos. Afuera, se fue instalando el sonido de la noche y los muchachos comenzaron a temblar mientras veían los ojos brillantes de una cosa parecida a un gato en la oscuridad, y escucharon en su imaginación a un monstruo estornudando en las penumbras.
Eran tardes frías, de lluvia, y el espanto de la gripe rondaba en busca de ventanas abiertas…


EL ESPECTRO DEL EPIGRAMISTA MAYOR


Poeta Guillermo Valencia


Por: MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE
Twitter:@valenciacalle

Para la pascua de resurrección salen fantasmas en Popayán. A eso de la media noche es normal encontrarse apariciones, demonios menores y monstruos del más allá; así como florecen las maldiciones y cobran vida los cantos de hadas.

A los espectros y fantasmas se les tolera, siempre y cuando no le hagan daño a nadie.  Pero a veces, bromistas o de comportamiento dañino, causan estragos en la vida de las personas. Y por ello, los que saben de la materia, recomiendan andar con un crucifijo de plata para evitar ser víctima de sus encantos o circunstancias de terror. La historia del espectro de Oscar Wilde en Popayán, tiene un contexto necesario de explicar, y pido paciencia al lector.

El poeta Guillermo Valencia, que es como el García Márquez de Popayán, en la medida que creo un mundo cultural y literario para la ciudad, contaba que estando en el café Kalisaya de París por los años de 1900, departió con Oscar Wilde, pocos meses antes de su muerte. Decía que el irlandés ya parecía un espectro, esos seres de cara verde, semblante demacrado y mal reflejo en la mirada; y que días después, recibió un ejemplar de “La Balada de la Cárcel de Reading” con la dedicatoria “To Mr. Valencia”, libro que guardó como una joya y hoy podemos admirar en el Museo Valencia de la carrera sexta con calle segunda.

Valencia leyó el libro y quedó tan conmovido por la estética literaria, que para el año de 1932 publicó una traducción de la Balada. Fueron muchos los días y noches que dedicó el bardo de Popayán y pionero del Modernismo en Colombia a la traducción de libro de Wilde. Traducir poesía no es fácil: hay que cuidar la métrica, las asonancias, las intenciones, las palabras claves, las equivalencias, la tradición, la rima… y es como trabajar en la construcción de un reloj, algo tan preciso, como pulcro. Para dar un ejemplo de lo complejo que fue traducir ese libro les traigo un par de versos que Valencia tradujo como: “Todos matamos lo que amamos; /que cada uno sepa eso”. Mientras otros autores polemizan al traducir: “todos los hombres matan lo que aman”. En sí, las dos frases pueden decir lo mismo, pero esos matices expresivos, a la hora del análisis literario, hacen que una obra sea bien o mal recibida.

Ahora sí, volvamos al cuento de los fantasmas porque dicen que por estos días hay unos espectros andando por los andenes y jardines del Museo Valencia. Una casona construida a finales del siglo XVIII y comprada por don Ignacio Muñoz, suegro del poeta, para que allí viviera con su hija Josefina. Lo que dicen, es que en los días que el poeta trabajó en la traducción de la Balada de la Cárcel de Reading, no dormía bien y salía a caminar reverbero en mano por los pasillos de la casona para hablar en voz alta con unos seres invisibles que evocaba con la fuerza de su ingenio. Se presume que unos días hablaba con el fantasma de Charles Thomas Wooldridge, el hombre que motivó la escritura de la Balada, un soldado de 30 años de la Guardia Real de Caballería condenado a la horca por degollar a su esposa en un ataque de celos; y otros días, por supuesto, con el propio Oscar Wilde. Pues bien, una vez que Valencia terminó la traducción del largo poema con la ayuda del autor y el protagonista, los espectros de Wilde y Charles Thomas se quedaron a vivir en Popayán para disfrutar del clima y de las noches tranquilas de nuestra ciudad, al igual que el Quijote de la Mancha, que decidió venirse a morir en la ciudad blanca y dejar sus huesos en la Torre del Reloj.


Muchos son los que ha visto al espectro del dramaturgo y epigramista de Wilde subir y bajar desde el Museo Valencia hasta el callejón del barrio Bolívar pasando por el Puente del Humilladero en compañía del espíritu de Fray Serafín Barbetti que cuida su puente de día y de noche. Un espectro es como una luz blanca y gaseosa que al verlo de frente se nos erizan los pelos de la nuca del puro miedo, mientras se siente un frío espantoso en mitad del pecho, la lengua se hincha y los pies se niegan a obedecer.  Dicen haber visto al espectro de Wilde en compañía del Maestro Valencia, Álvaro Pío y el Quijote discutiendo de poesía y política camino al Humilladero para tomarse una copa de eternidad, mientras Chancaca los persigue con sus cantos de flauta…

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