Por Rodrigo Valencia Q
EL SOFISTA: No has existido nunca; sólo en una fábula antigua que ya no tiene vigencia en nuestros días; ni los niños se asoman ya a esa historia, y los viejos están en trance de olvidarla.
CAÍN: Si no existo, ¿por qué te empeñas en hablar conmigo? Te equivocas; estoy en ti, en tus vísceras oscuras, en tu sangre y en tus ojos que cargan con la envidia. Puedes negarme, puedes arrugar verdades teologales, pero a mí me puedes ver hasta en los poros. Has cargado conmigo en tus lomos todo el tiempo.
EL SOFISTA: No lo creo; te hubiera reconocido al instante con mi ciencia que todo lo averigua. Dicen que llevas un decreto maldito en tus andanzas; el supuesto Dios ordenó una condena inevitable, pero yo, tal vez, de haberte visto, te hubiera perdonado la vida; ¿por qué habría de matarte? Qué pretende Dios con eso, dónde la justicia de un decreto tal?
CAÍN: Pues lo has hecho, lo vienes haciendo todo el tiempo, y es así, porque no me has visto; tendrías que renunciar a toda tu razón filosofal, a toda esa vanidad de saberes que cargas en tu inteligencia, morral para una ciencia fatua.
EL SOFISTA: Mi ciencia lleva a las alturas, conquista las estrellas, averigua las razones de las cosas, las historias posibles, las ecuaciones infinitesimales de la materia, y ayuda a conquistar los mundos, la justicia y el orden en las sociedades extraviadas.
CAÍN: Has extraviado la mirada; sin embargo, podrías compaginarme con tu filosofía pretenciosa. ¿Cabría en tus manos un permiso así? ¿Podrías adivinar mi rostro venciendo la petulancia de tus voces? Sólo necesitas algo de sencillez, un alma sin apresuramientos, un oído afinado por el corazón. Deja tu lluvia de proyectos elegantes, rémora que ataja las voces de los ángeles.
EL SOFISTA: La ciencia es franca, su terreno es luz que fecunda los amaneceres.
CAÍN: Pero tu día está en sombra, no veo un sol en tus ojos. Yo, por lo menos, cargado de una culpa inmensa, reconozco la Justicia que me exilió de mí mismo; pero eso no lo ven todos los caínes; yo quisiera lavar mi rostro, iluminar una esperanza, reencontrar mi paraíso.
EL SOFISTA: Ya lo ves, vives de falsas ilusiones, los mitos riñen con lo verdadero, las parábolas sagradas no alivianan la vida ni la muerte.
CAÍN: Pues si yo pudiera, moriría a esta vida impune que no muere nunca; pero el sello del Altísimo no deja que me reconozcan, y si lo hiciera alguien, sería vengado setenta veces siete.
EL SOFISTA: Puros acertijos hipotéticos, pura credulidad para oídos ingenuos.
CAÍN: Los ingenuos se salvan a veces de mi mal; Dios los preserva del orgullo, de la sagacidad y de las preocupaciones febriles, y así les reserva un lugar en el Paraíso que perdí.
EL SOFISTA: ¿De dónde acá el mal mostrando el bien? ¿No ves tu propia confusión, tu precaria inteligencia, tu alucinación trasnochada que asoma hasta en tu sombra que no es nada?
CAÍN: De no ser nada, no te golpearían mis palabras; tendrías la risa para vencer la pena que nubla el lastre de tu cuerpo y alma.
EL SOFISTA: Yo no veo nada malo en mi cuerpo ni en mi alma. Mi risa la celebro sin miedo, y encuentro un orgullo limpio en todos mis haberes. Has falseado la apreciación que tienes de mí; la pobreza de tus miras nubla mis bienes heredados desde épocas sin cuento.
CAÍN: Celebro tu risa, pero no durará mucho; en ella está el veneno que mata una y otra vez en una sed inextinguible; esa es una de mis marcas que nadie ve para matarlas. Si quisieras, podrías volver a ser Abel, mi hermano, el justo, quien me perdonaría; pero él murió y en cambio existo yo durante todos los días y noches de la existencia. ¿Puedes ser Abel? ¿Puedes recobrar su belleza de la tierra, volver su alma a ti, a mí, a toda esta generación de titanes que pelea con la verdad?
EL SOFISTA: Sería comenzar otra conversación inútil, otra fábula para hilvanar moralejas dudosas, y yo no tengo tiempo para esas apreciaciones de la fantasía.
CAÍN: De la fantasía se alimenta el ser humano; sin sueños la vida es un sendero frío, una losa anticipada para los nombres de las tumbas.
EL SOFISTA: No te entiendo; dices que estás en mí, que no mueres nunca, pero me recuerdas ahora mi próxima muerte, mi destino entre las sombras…
CAÍN: La muerte muere sin morir, la vida muere continuamente y siempre vuelve a comenzar; un eterno retorno puedes vislumbrar hasta en tus propios dejes y manías. Tú bajarás a la tumba, pero la vida no se habrá purificado de la inmortalidad del mal. La fiebre seguirá abrasando al mundo, los linderos del cielo y de la tierra seguirán disputando sus reclamos, y yo seguiré distribuyendo mis miserias en la tierra infértil que aré infructuosamente bajo el regaño de Dios, por mi culpa. Hubo un Paraíso, yo estuve cerca de él; tú no tienes ni idea de estas cosas; la voz misma te delata; hurgas donde no debes y haces la carga más pesada; tendrías que recobrar el amor sacro, tendrías que alivianar tus ojos, oídos y todos tus sentidos, tendrías que saborear el elíxir que baja del Cielo… lloro infinitamente cuando yo me acuerdo de ello…
EL SOFISTA: Deja de perturbar mi noche. No veo ninguna lumbre en tus presagios, has perdido la razón, ni siquiera has mostrado una mísera verdad; todo viene de tus fiebres y carencias…
CAÍN: Es lo único cierto que han pronunciado tus labios… Soy una sombra infinita, y tus voces son mi reflejo por los siglos de los siglos...