Por: Julio César Londoño
Fuente: El Espectador
LAS PIRÁMIDES SE LLAMAN ASÍ PORque operan, como tantos negocios, mediante una progresión geométrica que genera una estructura piramidal: un vivo se consigue diez zonzos, que a su vez consiguen cien zonzos, que consiguen otros mil, que consiguen 10.000… pero como el número de zonzos es finito, la pirámide tarde o temprano colapsa.
Bueno, no todas se caen, hay que reconocerlo. DMG, la reina del sector, lleva varios años cumpliéndoles a sus clientes con puntualidad británica. El cerebro de esta multinacional, David Murcia Guzmán, es un muchacho sin educación (esto puede explicar su inteligencia) que vendía cacharros por las veredas del Putumayo hasta que un día se enteró de que los rendimientos de los bancos oscilaban entre el 1,7% y el –8,9% mensual y se dijo “¡hombre, esto es una vergüenza, yo puedo hacer algo menos fétido y más eficiente!”, y ahí está, haciéndolo con lujo de detalles. La pinta del tipo es sospechosa; los rendimientos que entrega, ni se diga. Por esto la Superintendencia Bancaria, la Fiscalía y la DEA lo han esculcado hasta la saciedad sin hallar nada raro. Todo está en orden, como en la cubierta de una fragata militar. Hace poco cayó una avioneta que transportaba la caja menor de DMG, 4.600 millones de pesos. Y aunque las autoridades le decomisaron esos pesos el muchacho no se declaró en quiebra, como habría hecho cualquier banquero, ni aprovechó la circunstancia para incumplir compromisos ni para pedirle cacao al Gobierno, como los chambones de Wall Street.
Pero como DMG no es una pirámide típica sino el paradigma del sector, dejémosla a un lado.
El Ministro de Hacienda dice que el Gobierno está maniatado frente a estos pillos porque no existe legislación al respecto, y tiene razón. Las buenas leyes nacen de las malas costumbres, decía Voltaire, y estas costumbres son aún muy recientes. Además ninguna legislación es capaz de anticipar la infinita imaginación de los pillos ni de proteger a millones de tontos codiciosos de sí mismos, de su tonta codicia. La legislación sobre las pirámides no puede estar lista antes que la regulación de las prenderías, esos usureros que llevan más de un siglo cobrando el 120% anual con la cínica patraña de la compraventa.
Si el Gobierno se pusiera a encerrar a los “captadores” que trabajan con ventajas matemáticas inmorales, tendría que encerrar a estos usureros, a los banqueros, a los aseguradores, a los propietarios de los casinos y finalmente a los administradores de las loterías, es decir que el Estado tendría que condenarse a sí mismo, cosa que puede sonar muy bien en un cuento de Kafka pero no en nuestra dramática realidad.
Las víctimas de las pirámides no son gente ingenua y humilde. Allí hay de todos los estratos y profesiones: obreros, funcionarios, gente adinerada, contadores públicos, economistas, matemáticos, vendedores multinivel. Lo único que tienen en común estos “inversionistas” son la codicia, el amor por el dinero fácil, una moral laxa y afición por los juegos de azar. Son personas que no tienen reparos en hacer tratos con los oscuros sujetos que montan pirámides. Su lema es: quiero ser su socio, no me importa cuál sea su negocio. No son víctimas, son simplemente jugadores, personas conscientes de que están apostando su dinero a la cara y sello. Porque en últimas todo se reduce a dos posibilidades: ¿se volarán estos sujetos antes o después de pagarme a mí?
Por estas razones, no puedo derramar ni una lágrima por el humilde señor que llora porque perdió los ahorros de toda la vida con estos captadores. Bien merecido lo tiene.
P.D: Postulo a DMG para la Cartera de Hacienda a ver si así nos alcanza el presupuesto.
Julio César Londoño