domingo, julio 15, 2012

GUERRA EN EL CAUCA: COLUMNISTA


¿Quiénes son las 'partes del conflicto'?

María Isabel Rueda

Pero la cruda realidad es que el Cauca es uno de los escenarios principales de las batallas que libra Colombia.

Lo que se ha dado por llamar el "proceso de resistencia civil de las comunidades del norte del Cauca frente a los actores armados legales e ilegales" es un espejismo sociológico. Que, claro, tendrá furibundos adeptos, quienes encontrarán en los recientes actos del CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca) una especie de romántico capítulo regional del "peace and love" que caracterizó el movimiento hippy de los años sesenta en el mundo.
Hasta aquí hasta tienen toda la razón los indígenas: ¿quién quiere vivir acaso en un ambiente cotidiano de balacera, zozobra, campos minados, retenes? Pero la cruda realidad es que el Cauca es uno de los escenarios principales de las batallas que libra Colombia.
Según Feliciano Valencia, el nasa que lidera esta rebelión indígena, "a los guerrilleros les volvimos a reafirmar que queremos que se marchen". Pero. Feliciano: nada que se marchan...
Si eso fuera así de sencillo, en Toribío no quedaría guerrilla. O nunca habría entrado, o hace rato que se habría ido. Pero la pura realidad es que la guerrilla está asentada allá por motivos estratégicos. Y que no está dispuesta a dejarse arrebatar esa zona. Por lo tanto, la verdadera ecuación es la siguiente.
En Toribío no habría ejército si no hubiera guerrilla. Y, en cambio, sí habría guerrilla así no hubiera ejército. Fact.
Es una afrenta contra la autoridad desmontar las barricadas de la Policía y rebelarse contra la presencia del Ejército, bajo el ingenuo convencimiento de que si un indígena armado de un palo se le enfrenta a un guerrillero armado de una bazuca y le dice que se vaya de allá, el guerrillero se va.
Lo que en Toribío se evidencia en materia de orden público también se evidencia en muchos otros aspectos indígenas: en las disputas por el territorio, pues hay comunidades que no están dispuestas a reconocer ningún título después del 12 de octubre de 1492, cuando nos descubrieron los españoles. Y eso se ha traducido en ocupación de tierras por vías de hecho. En materia de educación y salud, los indígenas pretenden que el Gobierno les asigne directamente a los cabildos los dineros que normalmente tendrían que ser manejados por las autoridades departamentales y municipales, y gastarse ese dinero como ellos quieran. Hasta reclaman para sí el derecho de administrarse su propia justicia. Pero el Estado colombiano no puede tolerar que un indígena que mata a alguien en una calle de Popayán salga corriendo a resguardarse en su cabildo, a cambio del cepo o de 20 latigazos.
Es admisible que las etnias que componen el pueblo colombiano reciban tratamientos distintos. Por ejemplo: a los indígenas no se les aplica el servicio militar obligatorio. Tienen jurisdicciones especiales para resolver sus conflictos internos. Tienen circunscripción especial en Senado y Cámara. Hasta practican la repugnante ablación (no en Cauca sino en Risaralda). Pero el resto de los privilegios que exigen no deben ser a costa de desmontar la nación colombiana. Y el pueblo nasa es tan colombiano como son las demás tribus indígenas, los afrodescendientes y la población blanca. Lo que resulta francamente insólito es que cualquiera de estos componentes humanos suponga que ha quedado "ensanduchado en la mitad del conflicto". ¿A qué horas dejamos que hiciera carrera el concepto de que el conflicto colombiano es entre el Ejército y las Farc, como únicos dos actores del conflicto, y que el resto de los colombianos somos unos sacrificados espectadores de una guerra ajena?
Eso es precisamente lo que suponen los indígenas de Toribío. Que el conflicto no es con ellos. Que la guerra no es con ellos. Que la nación no es con ellos. Que el país no es con ellos.
Francamente, pasamos del romanticismo de un pueblo que añora que lo dejen en paz a una rebelión contra la autoridad. Inadmisible.
HABÍA UNA VEZ... El "soplo divino" sigue a salvo, a pesar del bosón de Higgs.

María Isabel Rueda

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