Sin diálogo
Por María Jimena Duzán
Sábado 21 Julio 2012
Para ser un gobierno que habla de reconciliación, el presidente Santos se ha demostrado muy reacio a desactivar la protesta indígena a través de la vía del dialogo.
A los tres días de la protesta de Toribío, tuvo la primera oportunidad para desactivar los ánimos y abrir una ventana de diálogo con los indígenas, pero la desechó al desautorizar fulminantemente las labores de buena voluntad hechas por el juez Baltasar Garzón. El primero en salir fue el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, que con su pinta de Indiana
A los tres días de la protesta de Toribío, tuvo la primera oportunidad para desactivar los ánimos y abrir una ventana de diálogo con los indígenas, pero la desechó al desautorizar fulminantemente las labores de buena voluntad hechas por el juez Baltasar Garzón. El primero en salir fue el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, que con su pinta de Indiana
Jones desautorizó rápidamente al juez español seguido del procurador Ordóñez, para quien Garzón es una suerte de hereje español que hay que devolver a la madre patria. Agazapado, el uribismo desde su trinchera aplaudía ese triunfo pírrico, mientras el gobierno Santos, por no aparecer dialogante ante los representantes del Puro Centro Democrático, se volvía aún más intolerante y reacio al cara a cara con los indígenas.
Quemado ese cartucho que hubiera podido evitar el escalamiento de las protestas, el gobierno, en lugar de enviar a su ministro del Interior, decidió cambiar al doctor Renjifo por emisarios de tercera, hecho que aumentó aún más la crispación entre la comunidad indígena. Al final de la semana, después de dos muertos y luego de que las protestas de Toribío se habían extendido a otras poblaciones indígenas del norte del Cauca y habían llegado ya hasta los municipios de Pradera y Florida, en el Valle del Cauca, donde los indígenas han anunciado protestas para esta semana -junto con las que ya se están armando desde el Putumayo- el gobierno les mejoró la oferta y les envió al viceministro Aurelio Iragorri, caucano de nacimiento y representante de las élites de ese departamento. Para ese momento, sin embargo, los indígenas ya habían pasado de la indignación a la desconfianza.
Hasta el momento, Santos ha desechado el acompañamiento de la OEA, de la ONU y de Baltasar Garzón porque en el fondo cree que no necesita de ninguno de ellos para resolver el levantamiento indígena. Pero se equivoca. Los indígenas no tienen confianza en el gobierno de Santos y ya muchos de ellos han salido a decir que ni siquiera en el gobierno de Uribe; donde hubo tanta confrontación se paró el dialogo. "A pesar de que Uribe los confrontaba y ellos le respondían, siempre enviaba a su ministro del Interior Fabio Valencia Cossio a discutir con el Cric en el Cauca todas las semanas", me recordó un líder del Cauca que ha seguido la génesis de estas protestas desde hace más de 20 años. Lo curioso es que sea ahora el gobierno de Santos el que le aplique a los indígenas la receta más dura y mantenga con ellos la confrontación con el Estado, pero sin diálogo. ¡Vaya paradoja!
Da la impresión que desde que el expresidente Uribe presentó en sociedad su frente contra el terrorismo tiene en jaque al gobierno del presidente Santos. Por temor a aparecer débil y blandengue ante ese uribismo recargado que anda en campaña, el gobierno Santos ha ido desechando olímpicamente todas las ventanas de diálogo que se le han abierto con los indígenas. Y los indígenas cada día que pasa se radicalizan más y consideran que el gobierno de Santos, con su displicencia y arrogancia, no los reconoce como interlocutores. Los tilda de ser auxiliadores de la guerrilla y desconoce la validez de esas protestas.
Lo ideal para el país es que hubiera ocurrido lo contrario: que el presidente Santos, dando muestras de su talante conciliador, hubiera roto definitivamente las amarras con el uribismo, hubiera tomado el toro por los cachos, se hubiera ido él mismo con su ministro del Interior a Toribío, se hubiera arremangado y se hubiera sentado a discutir con los indígenas para demostrarles a sus enemigos que ni es arrogante ni está alejado de las necesidades que le asisten a las comunidades más desvalidas. Pero eso lastimosamente no ha sucedido y me temo que cada día que pasa Santos, por temor a ser criticado por Uribe, se está convirtiendo en un esclavo de él.
Quemado ese cartucho que hubiera podido evitar el escalamiento de las protestas, el gobierno, en lugar de enviar a su ministro del Interior, decidió cambiar al doctor Renjifo por emisarios de tercera, hecho que aumentó aún más la crispación entre la comunidad indígena. Al final de la semana, después de dos muertos y luego de que las protestas de Toribío se habían extendido a otras poblaciones indígenas del norte del Cauca y habían llegado ya hasta los municipios de Pradera y Florida, en el Valle del Cauca, donde los indígenas han anunciado protestas para esta semana -junto con las que ya se están armando desde el Putumayo- el gobierno les mejoró la oferta y les envió al viceministro Aurelio Iragorri, caucano de nacimiento y representante de las élites de ese departamento. Para ese momento, sin embargo, los indígenas ya habían pasado de la indignación a la desconfianza.
Hasta el momento, Santos ha desechado el acompañamiento de la OEA, de la ONU y de Baltasar Garzón porque en el fondo cree que no necesita de ninguno de ellos para resolver el levantamiento indígena. Pero se equivoca. Los indígenas no tienen confianza en el gobierno de Santos y ya muchos de ellos han salido a decir que ni siquiera en el gobierno de Uribe; donde hubo tanta confrontación se paró el dialogo. "A pesar de que Uribe los confrontaba y ellos le respondían, siempre enviaba a su ministro del Interior Fabio Valencia Cossio a discutir con el Cric en el Cauca todas las semanas", me recordó un líder del Cauca que ha seguido la génesis de estas protestas desde hace más de 20 años. Lo curioso es que sea ahora el gobierno de Santos el que le aplique a los indígenas la receta más dura y mantenga con ellos la confrontación con el Estado, pero sin diálogo. ¡Vaya paradoja!
Da la impresión que desde que el expresidente Uribe presentó en sociedad su frente contra el terrorismo tiene en jaque al gobierno del presidente Santos. Por temor a aparecer débil y blandengue ante ese uribismo recargado que anda en campaña, el gobierno Santos ha ido desechando olímpicamente todas las ventanas de diálogo que se le han abierto con los indígenas. Y los indígenas cada día que pasa se radicalizan más y consideran que el gobierno de Santos, con su displicencia y arrogancia, no los reconoce como interlocutores. Los tilda de ser auxiliadores de la guerrilla y desconoce la validez de esas protestas.
Lo ideal para el país es que hubiera ocurrido lo contrario: que el presidente Santos, dando muestras de su talante conciliador, hubiera roto definitivamente las amarras con el uribismo, hubiera tomado el toro por los cachos, se hubiera ido él mismo con su ministro del Interior a Toribío, se hubiera arremangado y se hubiera sentado a discutir con los indígenas para demostrarles a sus enemigos que ni es arrogante ni está alejado de las necesidades que le asisten a las comunidades más desvalidas. Pero eso lastimosamente no ha sucedido y me temo que cada día que pasa Santos, por temor a ser criticado por Uribe, se está convirtiendo en un esclavo de él.