El Cauca o la suma de todas las guerras
COLUMNISTA
Y como tratando de sobreponerse a las ráfagas de fuego sostenido, el general Mantilla, en voz alta y firme, declaraba: "Es que los terroristas la tienen relativamente fácil porque cualquier cosa, cualquier dos, tres disparos que hacen, las personas se asustan. Los comprendemos, los entendemos, pero aquí está el Ejército, está la Fuerza Aérea, está la Policía, estamos todos aquí cumpliendo con nuestra población. Es una actividad casi normal que se está presentando. Vuelvo y les repito, no ha habido ningún problema mayor". Pero cuando terminó, el ruido seco de la metralla se sostenía, como una contradicción fulminante.
El Cauca es la suma de todas las guerras perdidas. La guerra contra las drogas que financia y sostiene la guerra contra el terror, que a su vez introduce nuevos y más complejos escenarios: el paramilitarismo recargado, las bandas criminales y una guerrilla de sobrevivientes que reinventa el miedo y convierte a la población en escudo para resguardarse. Es uno de los epicentros de las violencias que tienen origen en el hambre, en la inequidad, en el racismo, en el desinterés por integrar la nación.
Esa es la guerra que el presidente Santos ha prometido acabar, tal y como lo ha anunciado hasta el cansancio, y sin embargo, cuando llegó la prueba de realidad, cuando lo que tocaba era sentarse y escuchar, entender, respetar la voz de las víctimas de una guerra que se ha llevado los hijos, las costumbres y que sembró la tierra de minas, en ese momento, el Presidente se abstuvo de dialogar con los indígenas.
Temía un escenario similar al de Uribe en el 2004, que, en medio de las rechiflas, megáfono en mano, trataba de convencer a esta suma de descreídos, de indios que no comen cuento, de que el Gobierno garantizaría sus derechos en la negociación del TLC y preservaría la agricultura y la biodiversidad: "Por Dios, eso no ha pasado por la mente del Gobierno, de ninguno de sus integrantes. Eso no está en propuesta alguna de esta administración". Y, ¡por Dios!, hoy que sus advertencias son realidad y que los atropellan las locomotoras de la prosperidad, se revelan. ¿A quién le sorprende?
El presidente Santos, como sus antecesores, no quiso escuchar. 'Si no están con las fuerzas del orden, están con el enemigo' -le susurran en voz baja los que con franqueza creen que esto es una cuestión de fuerza militar-. Y entonces, frente a ese signo, se pregunta uno: ¿qué tipo de paz propone el Presidente cuando no busca coincidir, palabrear con los pacíficos? Estos pueblos, que reconocen la autoridad del Estado, se rebelan contra el miedo y con los ojos abiertos exigen respeto y plantean sus propias opciones. ¿Cuál es la respuesta del Gobierno a este desafío de paz que le plantean? ¿Significa su silencio que los términos de la paz solo los puede dictar el Gobierno, desde Bogotá, con debido trámite, sin lectura, del Congreso?
Los indígenas desmontan las trincheras de las fuerzas del orden no porque estén contra las fuerzas, sino porque están contra el orden que representan, ese orden ilegítimo que sostiene en pie estas guerras fallidas de las que ellos son víctimas.
Y están cansados porque tienen memoria, porque no tienen más representación que ellos mismos, porque saben que mientras persista la guerra contra las drogas son ellos los que tendrán que seguir poniendo los muertos, porque no confían en el Congreso, que no representa sino su propia agenda. Saben que en un país racista como el nuestro, tienen que echar mano de su autonomía para que no se les siga tratando como infantes sin palabra. No, los indígenas no se están rebelando contra los soldados, que también son hijos, y sus compatriotas. Se rebelan contra los hechos. Y los hechos están ahí, señor Presidente.
Natalia Springer
@nataliaspringer
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