Lo divino y lo humano
Colombia resultó "blanca"
Por: Lisandro Duque Naranjo
A la señora Paloma Valencia, nieta del hidalgo de Popayán, el expresidente Guillermo León, y compañera de micrófono del greco-manizaleño Fernando Londoño Hoyos, se le salió esta semana, por La Hora 20, la expresión "colombianos normales" al referirse a quienes no formaban parte de las comunidades indígenas.
EL ESPECTADOR
Viniendo de ella no era ese un lapsus propiamente, aunque intentó rectificarlo ya tarde. Escuché también en otra emisora a una periodista decir: “¡Esos indios...!”, y a otra que le corregía: “indígenas, indígenas...”, a lo que la primera respondió: “¡Eso!: indígenas, sí, indígenas, perdón...”.
Todo el mundo, además, llamaba a los noticieros radiales a expresar su ira santa contra la Guardia Indígena nasa por haber sacado de su territorio, alzándolos en vilo, sin arrastrarlos ni golpearlos, a dos o tres sargentos que se negaron a desocupar por las buenas —como en cambio sí lo habían hecho 70 uniformados más—, el Cerro de Berlín, en Toribío. Uno de los renuentes lloró de la humillación ante ese desalojo, hecho a la fuerza, sí, pero de forma incruenta. Violencia simbólica si se la compara con los extremos sangrientos que la guerra ha significado para los de esa o cualquier otra región.
Asustado de tanta belicosidad radial, tomé un taxi al trabajo, y el conductor estaba preocupadísimo por “la ausencia de Estado en ese departamento”. No me burlé por miedo a que me sacara a varillazos.
Ya en mi escritorio, abrí el computador y me asaltó una foto de jóvenes “normales”, es decir, “blancos”, con una universidad platuda al fondo, que coreaban: “¡No a los terroristas disfrazados de indígenas!”. Y más adelante el texto: “Los del Cauca deben respetar a nuestras FF.MM. igual que lo hacen los otros indígenas que representan nuestro pasado”. Interpreté el asunto como que ser indígena no es cosa del presente, sino un problema de museo o de elaboración de souvenires para turistas. Qué ignorantes esos pelados.
Todo ese día fue un solo “dolor de patria” desatado por fuerzas combinadas de Acore (asociación de militares retirados), un movimiento autodenominado el Puro Centro, todos los directores de noticias, y hasta el gato. Solo faltó el general Lee para que dijera: “El único indio bueno es el indio muerto”. El presidente Santos, por su lado, exclamó: “Voy al Guaviare y al Cauca, y no quiero encontrar a ningún indígena en los campamentos militares”. Debe ser que nuestro Ejército está integrado por arios.
Apenas obvio que ante toda esa euforia de pureza étnica, al mediodía de ese miércoles ocurriera el asesinato del joven guambiano Fabián Güetia y al terminar el jueves cayera acribillado otro muchacho de esa etnia, Mauricio Largo. Ahí sí ninguna lágrima de la Colombia que se las da de “blanca”. Como tampoco ameritó llanto de nadie el que en la brevedad de esta semana se produjeran en el Cauca 20 heridos y 6.000 desplazados. Los datos los dio Tod Howland, representante de la ONU para Derechos Humanos en este país. Qué pensará ese funcionario del lugar al que vino a dar, en el que se arma tamaño escándalo contra una minoría porque, en una zona donde a diario silban las balas, “sacó a empujones” a la tropa de una posición militar. Algo que hizo porque se siente capaz, y ha demostrado serlo, de cuidar por su propia cuenta su geografía de la intrusión de gente armada, sea esta irregular o institucional.
Como mediador entre la comunidad nasa y el Gobierno, éste nombró a Aurelio Iragorri Valencia, supongo que primo de doña Paloma y miembro como ella de esas dinastías payanesas contra las que los indígenas caucanos han tenido luchas ancestrales por la tierra. Estrenando su “neutralidad”, Iragorri ya calificó de “terratenientes” a quienes serán sus interlocutores a partir de mañana lunes. Buen comienzo.