domingo, octubre 12, 2008

“Por eso le digo”


COFRADÍA
Alexander Buendía Astudillo


En una de las secuencias más divertidas de la película “La gente de la Universal”, de Felipe Aljure, se repite la frase con que se titula esta columna. Se trata de una señora desesperada que intera de hacer diversos trámites y en todas partes donde acude encuentra una buena excusa para no ser atendida; la envían de un lugar para otro como si se tratara de una pelota de ping pong. Su diligencia se posterga casi indefinidamente después de una serie de explicaciones aparentemente coherentes pero en definitiva inútiles, pues no dan solución alguna a su problema.

Ese “por eso le digo”, parece ser una constante cuando nos vemos en la engorrosa necesidad de realizar un trámite de cualquier índole. Los funcionarios que deben atendernos son unos expertos para “explicar” lo que debemos hacer. Según ellos, se trata de algo “sencillo” que los ciudadanos debemos realizar simplemente porque “así lo dice el sistema”, y acto seguido miran la pantalla de su computador y señalan con su dedo… “mire, aquí está.

Y como ciudadanos, que no comprendemos los vericuetos de la burocracia corporativa, quedamos sin entender, por ejemplo, porqué nos cobran una cuota que nunca supimos que debíamos pagar, o por qué debemos anexar un certificado que nunca nos han pedido formalmente o hacer firmar de quién sabe quién tal o cual documento.

Y cuando preguntamos por un por qué razonable y sensato, aparece de nuevo la bendita frase… “por eso le digo”. Que vaya, que traiga, que vuelva, que pague, que no es aquí, ni allá, ni conmigo. Lo peor es que, generalmente, cuando aparece la frase en los labios de algún funcionario, eso implica pérdida de tiempo, o de plata, o de ambas, para quien debe hacer la diligencia. Hay que llenar un formulario aquí, solicitar información allá, preguntar en aquella otra oficina y sólo después de cuatro o cinco vueltas adicionales podemos, quizá, quitarnos “el chicharrón” de encima.

Pero cuando nos parece que se trata de un cobro injusto o de una vuelta inoficiosa y pedimos hablar con alguien de mayor jerarquía, los rostros palidecen, las voces se enmudecen y el tartamudeo aparece. Frases como “no sé”, o “eso no es conmigo, yo sólo cumplo órdenes”, se vuelven recurrentes cuando preguntamos ante quién podemos hacer un reclamo por el mal servicio o la información deficiente. Claro que lo grave no es el silencio, lo grave es que la solución no se da y el problema permanece sin resolverse.

abuendia@unicauca.edu.co

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