sábado, octubre 18, 2008

EL “OPORTUNO” OFICIO DE MENTIR





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Por Leopoldo de Quevedo y Monroy


Colombiano

El ser humano está hecho de fibra de vidrio muy frágil y con el mínimo soplo de un pícaro ángel de luz se puede desleír. Su debilidad no puede competir con la velocidad del aire que transporta sus humores ni con la implacable furia de la verdad. Las paredes de su sensibilidad no están recubiertas como las de una nevera contra el frío de la impiedad humana ni son de acusticel para protegerlas contra el ruido que hacen sus fortuitos desatinos. El hombre siempre estará expuesto a su condición de viento mecido por el vaivén de las puertas descaradas que son la lengua y la opinión de sus congéneres.

¿Cuántas veces comerían manzana Eva con Adán? ¿No lo harían una y otra vez ignorando el mandato del dueño del Edén? ¿Usted cree que nuestros padres eran tan castos e ingenuos que, sin condón todavía, se aguantaban probar esa fruta tan sabrosa? La biblia no lo dice, pero es lo más probable que les haya sucedido a estos primeros novios. Ellos sabían, por supuesto, el poder de la mentira y se cuidarían de no dejarse pillar en tal hazaña. Sabían de la acritud del mayordomo de la finca que no les iba a perdonar como amoroso padre su incontinencia y desobediencia. Valores que siempre fueron sagrados en el tal convento llamado El Paraíso. No era el costo de una pulpita y atractiva poma, era dejar en claro que violar el sexto mandamiento en adelante no admitiría ni mentiras ni deslices.

Las consecuencias ya las sabemos. De nada les valía mentir si fueron sorprendidos en flagrancia. El sabihondo y tremendo juez ya lo sabía y a nada llevaría alegar que era la primera vez. Quedaron más desnudos que cuando estaban bajo el árbol en la noche a la sombra de Selene.

La mentira es una mujer de baja estopa con la cara bonita y un cuerpo escultural. Posee melodiosa voz y tiene ademanes elegantes. Vive en casa llena de abalorios, pero se esconde tras los armarios y sólo se deja ver de los incautos para amarrarlos entre sus encantos, a la postre venenosos. Que la mentira piadosa no hace daño, dice. Que decirla con arte es bien vista y que utilizarla en un momento grave para escaparse, es el único remedio, aunque deje huella en el prontuario. Sí, por eso esa mujer, aunque deseable, cuando mira por la ventana y hace señas, jamás saldrá a la calle cogida de la mano porque es huérfana, soltera y no es cabeza de familia.

El oficio de mentir no le hace crecer la nariz a usted, es cierto. Es una fábula italiana y apenas es una advertencia que hace reír a niños. Los adultos lo hemos experimentado en la política, en el gobierno, en las escuelas y en la casa. La mentira es una invitada frecuente en nuestra sala, rueda como pompa de jabón y salta juguetona de boca en boca con peligro de epidemia.

Hemos aprendido a convivir con ella y soportamos y hasta aplaudimos cuando la vemos asomarse por palacios, propagandas y cuando la maquillan en ante nuestros ojos en la peluquería y el supermercado. Es tan dulce y oportuno lavar las manos como lo hizo el gran Pilatos. Lo hace el niño en nuestra cara, lo hace el gobernante en sus consejos, lo hace el político en campaña, lo hace el comerciante, el publicista y hasta el cura… ¿Qué más da una mentirijilla más, si cabe luego una disculpa y la complacencia de los amigos?







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