COFRADÍA
Alexander Buendía Astudillo
A veces no parece, o no quisiéramos que fuese, pero así es. Cundo menos la esperamos, aparece la mezquindad merodeando nuestras vidas. Se aproxima lenta, “como no queriendo la cosa”, como hiena al acecho. Eso es, como hiena, pues quienes la encarnan fingen un gesto que se confunde con una sonrisa, pero es apenas una manera sutil de mostrar sus dientes sin que parezca un ataque.
Siempre se acerca aprovechando las sombras, bien sea de la ausencia, de la compinchería o del poder; en todo caso, siempre de una forma velada, con escudos de cobardía. A veces sucede que rodea y rodea hasta dar el zarpazo, en otras ocasiones el golpe es intempestivo, pero nunca frentero.
Por lo general, la mezquindad apela a una memoria retroactiva medianamente eficiente, digo medianamente porque es fácil evidenciar que se trata de una memoria selectiva, muy acomodaticia y con una temporalidad algo extraña. En todo caso, siempre recurre a alguna evocación al pasado para estorbar el presente o intentar bloquear el futuro.
Es curioso ver cómo la mezquindad se mueve en los tiempos. Sin duda, el futuro es su mayor molestia, por eso opera en el presente para desmontarlo, pero siempre recurriendo al pasado con una actitud implacable.
Sus agentes son múltiples, desde aquellos que ostentan el poder temporalmente hasta quienes balbucean diciendo que no les interesa pero hacen de todo para alcanzarlo, menos trabajar. Y operan de múltiples maneras, generalmente a través de confabulaciones, intrigas y hasta complots. Muchas veces de forma velada, con mala intención e incluso, apelan a emisarios. Pero, sobre todo, la mezquindad se especializa en la intriga, en sembrar la duda, en el comentario venenoso e inoportuno, en la pregunta recurrente cuando ya se conoce la respuesta, en hurgar, no para encontrar la verdad sino el error.
Lo mejor es apartarse de su camino y de sus engendros, cederle el paso sin confrontar demasiado, terminan siendo peleas dañinas y a veces eternas; en ocasiones también pueden resultar victorias, pero pírricas, así que no valen la pena. Eso sí, nunca se debe renunciar a la verdad, a la razón ni a la fuerza de los argumentos; tampoco es pertinente bajar la vista, ni la guardia. Quien mezquina difícilmente puede sostener la mirada, por eso es conveniente estar observando, con paciente silencio, sin desmesuras, sin alteraciones, sin afanes. Al fin y al cabo la mezquindad merodea permanentemente y no se rinde con facilidad.
abuendia@unicauca.edu.co
Alexander Buendía Astudillo
A veces no parece, o no quisiéramos que fuese, pero así es. Cundo menos la esperamos, aparece la mezquindad merodeando nuestras vidas. Se aproxima lenta, “como no queriendo la cosa”, como hiena al acecho. Eso es, como hiena, pues quienes la encarnan fingen un gesto que se confunde con una sonrisa, pero es apenas una manera sutil de mostrar sus dientes sin que parezca un ataque.
Siempre se acerca aprovechando las sombras, bien sea de la ausencia, de la compinchería o del poder; en todo caso, siempre de una forma velada, con escudos de cobardía. A veces sucede que rodea y rodea hasta dar el zarpazo, en otras ocasiones el golpe es intempestivo, pero nunca frentero.
Por lo general, la mezquindad apela a una memoria retroactiva medianamente eficiente, digo medianamente porque es fácil evidenciar que se trata de una memoria selectiva, muy acomodaticia y con una temporalidad algo extraña. En todo caso, siempre recurre a alguna evocación al pasado para estorbar el presente o intentar bloquear el futuro.
Es curioso ver cómo la mezquindad se mueve en los tiempos. Sin duda, el futuro es su mayor molestia, por eso opera en el presente para desmontarlo, pero siempre recurriendo al pasado con una actitud implacable.
Sus agentes son múltiples, desde aquellos que ostentan el poder temporalmente hasta quienes balbucean diciendo que no les interesa pero hacen de todo para alcanzarlo, menos trabajar. Y operan de múltiples maneras, generalmente a través de confabulaciones, intrigas y hasta complots. Muchas veces de forma velada, con mala intención e incluso, apelan a emisarios. Pero, sobre todo, la mezquindad se especializa en la intriga, en sembrar la duda, en el comentario venenoso e inoportuno, en la pregunta recurrente cuando ya se conoce la respuesta, en hurgar, no para encontrar la verdad sino el error.
Lo mejor es apartarse de su camino y de sus engendros, cederle el paso sin confrontar demasiado, terminan siendo peleas dañinas y a veces eternas; en ocasiones también pueden resultar victorias, pero pírricas, así que no valen la pena. Eso sí, nunca se debe renunciar a la verdad, a la razón ni a la fuerza de los argumentos; tampoco es pertinente bajar la vista, ni la guardia. Quien mezquina difícilmente puede sostener la mirada, por eso es conveniente estar observando, con paciente silencio, sin desmesuras, sin alteraciones, sin afanes. Al fin y al cabo la mezquindad merodea permanentemente y no se rinde con facilidad.
abuendia@unicauca.edu.co