miércoles, octubre 22, 2008

DE LA SENSIBLERÍA A LA REALIDAD


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano

Echar la mirada por encima del hombro para mirar la historia patria puede ser oficio de tontos. Eso de tirarle flores a las charreteras y las pavas de las señoras en palacios, como se acostumbraba hace 500 años, quedó para Fernando e Isabel, sus infantas y bufones. O para verlo en películas de insulso sabor, en época de metralla y acción.

¿Qué quedó en limpio del cuento del día de la raza y el famoso descubrimiento? Colón es un hado con carabela sin damisela a bordo. Menos que Drake con su pata de palo, con su tapaojo negro y su pañoleta roja al estilo del devaluado Johnny Depp. Mendigando plata para el viaje como artista ante Mincultura, aunque él no presentó proyecto ni ganaba puntos porque no tenía experiencia.

A 516 años de distancia, cuando sólo existía la pimienta, la quina, el ajo, la seda y el pescado era abundante, y los curas se reproducían por las cortes y abadías, qué más nos podía traer el pobretón almirante que especias y baratijas revueltos con escapularios? Además, el mal olor de la boca, las palabras gruesas y el metal de los cañones para conquistar ciudades.

Ya lo decía Neruda. Se nos llevaron todo: cultura, creencias, oro, inocencia y paz en nuestras fronteras. Nos dejaron sólo las palabras y, con ellas, nos lo dejaron todo. Unas palabras como diamantes, en bruto. En catecismos y crónicas.

Se perdieron los espejos que intercambiaron por oro, se perdieron los bohíos de junco y la bendita chicha que nos acercaba a la tierra. Nos dividieron en campo y ciudades y cedularon tierras y hombres como si fueran esclavos de señores medievales. Para poder conversar con ellos y para entrar a sus despachos había que pedir permiso. Fuimos educados para servir a nuestro “amito” con la rodilla en el suelo. Valía más el extranjero y había que pagar tributos. Sin nombrar la inquisición que también vino a legislar sobre creencias y ritos, cuando no conocíamos a Bello, ni había nacido Human Rights Watch.

Para qué acordarnos de aquellas fechas macabras con sus coroneles y obispos, con sus Morillos y sitios. Para qué maldecir el pasado y sus malhadadas hazañas. Bastante tenemos hoy para poder comparar. Ya no tenemos la Casa de Contratación, ni existen las Encomiendas, y de los diezmos nadie se acuerda, ni del diablo o la tortura en el cepo a manos de un desalmado cristiano.

Hoy tenemos muchos dólares, empresas boyantes, ministerios confiables, bancos repletos con dividendos jugosos al fin de cada trimestre. Ya nadie llega en macilentas carabelas ni a nadie sacan del campo con espejos ni estampitas. Hoy todos viajan en jet y reciben subsidios por aplaudir y votar. Ya felizmente no hay campos y esa odiosa división. Nadie tiene que trabajar y todo viene de afuera porque llegó la inversión.

¿Para qué pensar de aquellos tiempos y mirar con el espejo retrovisor lo que nadie puede cambiar? Contentémonos con la TV digital terrestre y con el celular de Dick Tracy. Estamos en la era del Black Hawk y el TLC, dejemos la criticadera.

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