sábado, julio 19, 2008

Nelson Cuellar Ángel

Diógenes Díaz Carabalí

Hay seres cuyo vida es hálito. Hacen su transito por esta tierra, tan corto, que su existencia nos parece se evapora en un abrir y serrar de ojos, pero dejan en nuestra memoria una huella indeleble; nunca podemos borrarlos de nuestros recuerdos. Realmente son pocos quienes nos marcan tan profundo en nuestra amistad y en nuestra estima, pero los suficientes para alentarnos a cumplir nuestros compromisos de vida, con nosotros mismos, con nuestra sociedad y con nuestra historia.

Nelson Cuellar Ángel es de esos seres que se volvieron inmortales en nuestra aquiescencia; presentes en nuestros actos cotidianos; aliento para nuestro diario vivir y motivo en nuestras ilusiones. No se sabe de qué arrestos pudo dedicar su vida para servir a sus paisanos de Pedregal, en Tierradentro, sin los complejos de hacer grandes realizaciones, que para él fueron inmensas: ayudar a su gente en sus problemas, en su educación, en su cotidianidad.
Por estos días, sobre el vapor de un café, volvíamos con su hermana Astrid Cuellar, una mujer favorecida en sus actividades públicas y privadas, sobre la vida de Nelson: con viva emoción me contaba lo de la fundación del colegio que hoy lleva su nombre. Qué clase de desprendimiento, que sentido del servicio a la gente humilde que en la época no podía desplazarse hacia otros lugares para recibir educación... Tiza en mano ofrecía clases en cualquier lugar, en el parque si era preciso, sin medir especializaciones ni nombradías, sólo con el interés de abrirle un camino a sus paisanos para mejorar en la percepción del mundo, en la relación con sus leyes y en el aprovechamiento de sus riquezas, sin perturbarlo.

En ese empeño se involucró Nelson con su liderazgo y se lo transmitió a su familia y a sus amigos, detenerse a mirar los inconveniente. Nelson era en vida un espíritu entre la montaña alejada, con lo que comúnmente nos damos en llamar “el típico aislamiento social”, Nelson Cuellar no se detenía en explicaciones dialécticas, ni de contradicciones sociales, ni de guerras y paces; se involucraba, echaba p’adelante y hacía que la gente de su entorno se metiera con sus recursos, con sus potencialidades, hasta con su pesimismo en las ideas, para con empuje lograr sus objetivos.

¡Tal vez a Nelson no lo conocieron más allá de Pedregal! ¡Tampoco era su interés! Tal vez muchos hoy no lo recuerden en su pueblo y se pregunten ¿a qué se debe el nombre de aquel colegio en Tierradentro? Pero quienes compartimos con él en la informalidad, en sus bromas hasta pesadas, en el aliento que imprimía a sus propósitos, en la honradez con que implicaba sus sueños, a la risa sin prevenciones con que explotaba su alegría, a más de treinta años de fallecido continúa viviendo en nuestros corazones, y por eso lo recordamos con tanto afecto, con tanto cariño, y nos parece que en Pedregal, Nelson Cuellar todavía está jodiendo con su cuento de fundar un colegio.

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