martes, julio 29, 2008

MI BANDERA Y EL ESCUDO NO REPRESENTAN ANTE LA REALIDAD


Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
leoquevedom@hotmail.com
Colombiano

Cuando me ejercitaba en el dibujo en mis lejanos años de inconciencia, me gustaba pintar con colores muy fuertes las franjas de la bandera de Colombia. Mi padre, primer maestro que yo tuve, me enseñó a quererla y a respetarla. No por ponerme una mano sobre el pecho la quisiera, como no le puse la mano en su parte a mi mamá ni a mis hijos. La respeto con reverencia sagrada, la beso y no atento contra ella. Es un símbolo.

Cuando iba a completar los demás simbolismos que el artista diseñó en la época, me extrañaba. ¿Por qué el cóndor aparece en el escudo? Ah, porque tenemos las cordilleras y el domina los Andes. ¿Por qué el istmo de Panamá? Para recordar la infame entrega de 1909. ¿Por qué la corona que cuelga del pico del ave fénix? Porque la Nueva Granada se liberó un día del yugo extranjero y se llamó Colombia. ¿Por qué el gorro frigio? ¿Acaso nacimos en Asia o junto al mar Egeo o es porque pasamos de esclavos a “libertos”? Nunca nadie explicar me pudo. ¿Por qué los cuernos de abundancia? Por los ríos caudalosos, por las selvas magníficas, por la rica flora, por las tierras feraces que nos dan comida y abrigan al campesino, por las minas de oro, de esmeraldas, de sal, de carbón. Nadie me explicó entonces que la abundancia salía también de las industrias, de las fábricas, del sudor y del trabajo de millones de Colombianos.

Es cierto. La Bandera guarda en sí parte del alma patria conocida en el siglo XIX. El amarillo es más amplio, ocupa la mitad, por su riqueza. No por su capital humano, dice la historia, sino por el alto producto interno bruto, por la reservas en las arcas, por la pequeña deuda externa, por tanta industria nacional, tanta banca con jugosas utilidades, por tan poco desempleo, por tantos hatos y tantas hidroeléctricas, por la pujante agricultura. Oh, sacra herencia amasada en época de Núñez. El azul es poco porque los mares no han sido explotados todavía. Y el rojo es poco porque muy poca sangre ha sido derramada en nuestros suelos por los famosos héroes en Bárbula y San Mateo, y en el sitio de Cartagena, en Boyacá o en Cachirí.

Nuestra Bandera y nuestro escudo deben ser rediseñados. Ponerse a la altura de lo que nos brindan hoy las instituciones. El Congreso debe decidirse a poner allí la “silla vacía”, los micos y el triste testimonio de la corrupción. Para eso sí hay quórum y no habrá más impedimentos. Los industriales deberían pedir que se pusiera el dibujo de una fábrica colombiana, como Bavaria, como Coltejer, como Avianca, como Bancoquia, …algo que nos represente y que no hable de “inversiones” extranjeras. Debiera haber un árbol, el ex río Amazonas, “nuestro” Cerrejón. Nuestros publicitados “paras” deben conseguir que se ponga una sierra y un Ak47. Los ministros deben aportar una caseta de peajes para llenar el estómago de los amigos concesionarios, más una matera para sembrar en la única tierra que nos queda. Porque eso es lo que se está imponiendo.

Ah, nuestros símbolos ante los cuales nos debemos inclinar. ¿Por qué no se registran en ellos unas anchas vías pavimentadas, puentes que no se los lleve un vendaval, obras nacionales que justifiquen los impuestos que el pueblo sufraga? Para algo deben servir los símbolos: para elevar el justo orgullo de la Patria que nos vio nacer y para mostrar al mundo lo que somos y queremos.
07-06-08 10:56 a.m. Publicada en Cali Cultural No. 128



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