sábado, julio 19, 2008

El juego en equipo


Fabio Arévalo Rosero MD*


Compartir el poder desata un nuevo nivel de rendimiento. Distribuir en el campo el propio talento permite acceder a logros más altos con resultados que satisfacen al conjunto. Es además la principal meta y la razón de ser de las organizaciones deportivas. El fútbol del tercer milenio ha impuesto por su propia dinámica, un modelo de alta exigencia basado en el talento y en una excelente condición física. Son también requisitos básicos la inteligencia del futbolista, la adecuada coordinación mente - cuerpo y ahora más que nunca un trabajo estrictamente sincronizado de equipo. Aunque no se puede armar un gran equipo sin jugadores talentosos, también es posible perder con los mejores. Eso lo demostró el Real Madrid con contundencia. Es fundamental desarrollar en las figuras del fútbol una alta capacidad de colaboración colectiva, entendiendo que no se trata solo de cooperar sino de aportar en conjunto y de poner al servicio del grupo todas las capacidades. Si repasamos un encuentro de las ligas del más alto nivel encontramos que al menos por partido se malogran unos tres goles por acciones individualistas. Mario Alberto Yépez en el París Saint Germain sigue haciendo goles a pesar de su posición como defensa, un lugar de desventaja para hacer dianas en el fútbol. Pero su virtud está en la autoridad y respeto que genera ante sus compañeros para que sea siempre visto como un miembro confiable y activo del grupo en todas las circunstancias. Ello depende esencialmente de la propia formación y visión del futbolista. Es una cualidad notoria en aquellos atletas que han erradicado la rigidez personal, que son emocionalmente seguros, que además son creativos y particularmente que no se enfocan en sí mismos. En el campo de juego demuestran una alta capacidad de servicio. No hacer nada por y con los demás es la ruina para el propio ego así sea el mejor talento ya que no posibilitará cambios favorables en el grupo. De allí que los entrenadores o directores técnicos que quieran amalgamar un poco más de ingredientes para provocar resultados exitosos, deben ser líderes con alta capacidad de influir en sus discípulos. Especialmente en aquellos que se han convertido en celebridades o cuyas condiciones los empujan a lucirse con acciones más individuales. Más aun cuando existe el riesgo de que entre los miembros del mismo equipo en vez de colaborarse, compitan unos contra otros. Los estrategas deben enseñar a sus atletas que vean a sus compañeros como colaboradores, no como competidores. Que depongan la actitud de sospecha y confíen más en los suyos. Que se concentren en el equipo, no en ellos mismos y que la victoria deben crearla a través de la multiplicación. Pero para ello es indispensable que forjen excelentes relaciones interpersonales y que haya siempre una buena comunicación. El verdadero progreso en el campo de juego es una carrera de relevos no una carrera individual.



*Especialista en ciencia deportiva

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