lunes, julio 14, 2008

El lugar más violento de Ecuador


POR EDINSON AVALOS


Arrancamos hacia Maldonado con la impresión de que llegaríamos a uno de los sitios de la frontera ecuatoriana cuyos habitantes viven en la pobreza y atemorizados por el conflicto armado que azota a Colombia, pero vaya sorpresa que nos llevamos cuando descubrimos que esta parroquia del cantón Tulcán es un paraíso que esconde enorme riquezas naturales, con una aceptable infraestructura turística y un ambiente de paz que difícilmente se encuentra en otras ciudades del país.

Un retén de llamas
La primera sorpresa la experimentamos después de pasar por Tufiño, una pequeña población ubicada a media hora de Tulcán. El vehículo marchaba por un camino de segundo orden en cuyos costados se extiende un inmenso páramo repleto de frailejones. De repente, el conductor pisó el freno con todas sus fuerzas y las llantas se rastrillaron sobre el suelo hasta quedar completamente detenidas. “¿Qué pasó? Un retén de la guerrilla”, gritó Albert Heissman, un estadounidense que trabaja como fotógrafo para la revista National Geographic. Este hombre de cabello rubio y cachetes colorados había viajado desde Nueva York hasta la provincia de Carchi con la misión de captar con su cámara varias flores silvestres que en la única parte del mundo donde se encuentran es en Maldonado. Sin embargo, era evidente que en su interior llevaba la esperanza de encontrar guerrilleros para tomarles fotos y publicarlas en algún diario de su país, lo que no sólo le permitiría ganar dinero extra sino también alcanzar el prestigio que se le otorga a quien tiene el valor de meterse dentro de la guerra. Pero sus esperanzas empezaron a desvanecerse cuando observó que el jeep en que viajábamos no se detuvo abruptamente por un retén de guerrilleros, sino por un rebaño de llamas que en ese momento atravesaba la carretera.

Nuestra guía, Sandra Rosero, una joven periodista tulcaneña que ha recorrido gran parte de su provincia en busca de todo tipo de noticias, nos contó que estos animales eran “insertados”, es decir, fueron traídos desde Bolivia, pero gracias a las condiciones climáticas del páramo se adaptaron y se reprodujeron convirtiéndose en un atractivo turístico. El conductor del jeep, un hombre de avanzada edad cuyo rostro reflejaba fuertes rasgos indígenas, nos contó que los animales “autóctonos” de la zona eran los venados, los conejos, el cóndor, las águilas y los toros salvajes. Minutos después de reanudar el viaje empezamos a comprobar las palabras del viejo. Uno a uno fueron apareciendo en los costados de la carretera, entre los frailejones, los animales que él mencionó.

Yo, que sólo había observado estas imágenes en la televisión y en la revista para la cual trabaja Albert, me encontraba fascinado. Sin embargo, lo mejor estaba por venir. Se trataba de las Lagunas Verdes, tres grandes pozos naturales de agua que reflejan un color esmeralda y emanan un fuerte olor a Azufre. Sandra nos explicó que estas características se deben a la cercanía del volcán Chiles, una inmensa montaña de hielo y piedra seca que es escalada por aventureros extremos. El conductor, entonces, detuvo el vehículo para que Albert tomara fotos. Entre tanto, nos relató a Sandra y a mí las penurias que padeció en sus años juveniles, cuando trabajó como esclavo en algunas de las minas de azufre que fueron explotadas por varias empresas extranjeras en las faldas del volcán.

Seguimos nuestro camino en medio de un frío atroz que se fue desvaneciendo a medida que empezamos a salir del páramo. Después de tres horas de viaje llegamos a nuestro destino.

Los engulle vivos
Maldonado es una pequeña parroquia que cuenta con los servicios básicos como el alcantarillado, el agua potable y el adoquinado, pero sólo existe un teléfono y no hay señal de televisión ni de emisoras de radio. Sin embargo, un grupo de treinta personas tienen conectados sus televisores a una antena parabólica que les permite observar canales de Colombia, un país que se ubica al otro lado del río que bordea la parroquia.

Sandra le indicó al conductor por dónde debía cruzar para llegar a la casa de Pedro Yela, un hombre que nos recibió con una amplia sonrisa en su rostro y un fuerte apretón de manos. Era el líder de la región. Nos invitó a pasar a la sala de su casa. Ahí, en una vitrina, tiene una numerosa colección de piedras que ha recogido a lo largo de cuarenta años. Algunas tienen formas de hachas, otras de cuchillo, y la mayoría de vasijas. Fueron instrumentos rudimentarios utilizados por los indígenas que en tiempos prehistóricos habitaron la zona. Luego, Pedro nos llevó al patio de su casa, donde tiene un pequeño jardín botánico que cuenta con la presencia aterradora de una boa. Sí, en una pequeña jaula descansa enroscada la enorme serpiente, a la que cada mes le arrojan un cuy o un pollo para que lo engulla vivo. “La agarré en el monte, cuando yo estaba construyendo el orquideario”, dijo Pedro.
Albert, que no cesaba de tomarle fotos a la boa, despegó la cámara de su ojo apenas escuchó la palabra “orquideario”. Era el lugar donde Sandra le había indicado que podía encontrar las flores que vino a buscar desde Nueva York. “Vamos de inmediato”, dijo el estadounidense. Pero Pedro, con su tono de líder, indicó que primero nos daríamos un baño en el río y en las piscinas naturales que se ubican en las afueras de Maldonado. El lugar, además de acogedor, resultó ser muy apropiado para refrescarse del calor que empezaba a sofocarnos.

Un jardín prehistórico
Después del descanso, abordamos nuevamente el jeep y nos dirigimos al orquideario, a donde llegamos en menos de quince minutos. Pedro nos mostró una cabaña de madera que construyó con sus propias manos hace muchos años. “Era una época en que yo soñaba con convertir a Maldonado en un gran centro de turismo ecológico. Pero la idea no funcionó porque nadie viene por acá. Síganme, les muestro lo mejor”, dijo mientras salía de la cabaña y se adentraba por una trocha. De repente, llegamos a un espeso bosque lleno de árboles frutales, flores gigantes, palmeras ancestrales, arbustos coloridos, helechos milenarios, extrañas aves, insectos antropomórficos y enormes colonias de hormigas. Era un jardín prehistórico. Era el orquideario.

Pedro nos mostró cada una de las orquídeas que tiene cultivadas, algunas se encuentran ocultas en medio de las grietas de las palmeras ancestrales, otras se camuflan en la frondosidad de los arbustos coloridos y muchas se esconden tras las ramas de los árboles frutales. Todos estábamos maravillados. Albert no paraba de tomar fotografías. Sandra anotaba algunos datos para su próximo reportaje. Yo simplemente disfrutaba.

Al finalizar la tarde abandonamos el orquideario. En el trayecto de regreso hacia Maldonado le pregunté a Pedro porqué fracasó su proyecto de convertir esta región en una potencia eco turística si por todas partes se observaban impresionantes riquezas naturales, además habían varios hoteles y sitios atractivos para el entretenimiento de los visitantes. La respuesta de Pedro me dejó desconcertado. “Por ustedes, los periodistas. Porque se han encargado de hacerle creer a la gente del interior de país que aquí en Maldonado está la guerrilla y se presentan combates, secuestros y todas esas cosas de la guerra que hay en Colombia. Pero ya ve, este es un pueblo tranquilo donde no pasa nada y vivimos en completa paz”, me dijo mientras se bajaba del jeep para quedarse en su casa.

Nosotros seguimos el camino de regreso hacia Tulcán. Al ingresar al páramo, el conductor disminuyó la velocidad para no atropellar las llamas o venados que se atraviesan en la carretera. “Los animales son el alma del mundo”, dijo el anciano en voz alta sin que nadie le prestara atención. Albert dormía profundamente, en su rostro se notaba la satisfacción por las fotos que logró, pero también se veía la frustración de no haber encontrado las terribles imágenes que aspiraba captar con su cámara. Sandra estaba pérdida contemplando las inmensas llanuras de frailejones que se extienden a ambos lados de la carretera. Yo pensaba de qué manera podía convencer a alguien de que visitara Maldonado, para que disfrutara de esos lugares tan violentos que yo tuve la oportunidad de conocer.

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