martes, julio 29, 2008

Las modas si incomodan




POR: Diógenes Díaz Carabalí


Las modas nos aprisionan, nos coartan, impelen nuestra libertad, son culpables de que perdamos nuestra identidad, nos hacen dilapidar nuestra visión, entorpecen nuestros sentidos, no nos dejan escuchar razones, limitan nuestras ideas, son culpables de que perdamos el valor de la racionalidad, el concepto de la realidad, la ternura por los colores, la apreciación de la belleza, la sensibilidad al arte, la percepción de lo culto y lo altruista, hacen que extraviemos nuestra capacidad de innovar, nos momifican, nos vuelven, como en el caso del cuento de Melville —Varleby— unos trastos de oficina.


Las modas nos vuelven ignorantes; por las modas conmutamos lo conmutado, damos como noticia lo que para otros es historia, hablamos de lo que todo el mundo habla, son las culpables de convertirnos en seres cuadriculados, alienados, copiones, parejos, unanimistas, imbéciles, egoístas, discriminadores.


Por las modas perdemos nuestra sencillez, nuestro patrimonio, y hasta nuestra capacidad de hacernos individuales, soñadores, perplejos, ingenuos, perdemos nuestra capacidad de asombro, nos hacemos masa y nos juntamos en el borruno mundo del “inconsciente colectivo” para actuar como todos lo hacen, para caminar como todo el mundo camina, para comportarnos como todo el mundo se comporta, con la premisa de “para donde va Vicente, para donde va la gente”.


Las modas son capaces de idiotizarnos hasta cambiarnos nuestro credo convencidos que abrazamos la verdad de a puño, hace que abandonemos nuestras tradiciones, nos hacen sentir vergüenza de lo que somos, son capaces de hacernos desechar nuestro pasado y nuestros antepasados, nos hacen gastar nuestros imponderables en vacuidades, nos convierten en las veletas que avanzan porque ven que otros avanzan, nos hacen una caricatura sin formación y sin valores con todos los rasgos acentuados de la mediocridad, nos impulsan a dañar el mundo por el placer de una felicidad momentánea que desaparece como desaparece el hálito de un suspiro. Si la moda es capaz de hacernos cambiar nuestro vestuario, de hacernos colocar trajes samarrudos para incitarnos a mostrar nuestras virginidades que en lugar de hacernos atractivos nos hacen ver ridículos, es capaz también de hacernos dudar de nuestro sexo, de nuestro raza, de hacernos sentir avergonzados de nuestra diferencia.


Por favor, sino preguntemos por la incomodidad de las viejas del siglo dieciocho que andaban con un tejido de alambres ajustando en el abdomen, lo ridículo de las plumas de ganso que los hombre se ponían en la cabeza y juntos aseguraban que se veían elegantísimos, el descuido de los hippies de los años sesenta en aras de la paz y del amor, o los que hoy visten con los pantalones en la puntica de la nalga quien sabe para sentir qué sensaciones, ¿De qué no serán capaces las modas?


Nos meten en el cuento de que hay que escribir como todos lo hacen, hablar como todo el mundo, pensar en lo que todo el mundo piensa, comportarse como todos se comportan para no correr el riesgo de estar fuera de tono, de estar “Out”, dicen los amantes de los americanismo, que también es una moda aberrante.

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