sábado, julio 19, 2008

20 DE JULIO, INDEPENDENCIA vs. INJUSTICIA SOCIAL



Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
leoquevedom@hotmail.com
Colombiano

Uno sale a la calle a vivir, a sentir vientos nuevos en la cara, a buscar el olor a tierra en el pavimento, a cambiar la piel como la serpiente, a untarse de otros en la acera y en el parque. Abandona uno el lugar de la rutina diaria, donde se teje la telaraña de amores y se recogen los ecos de odios y envidias que llegan por los chismes de la TV y el periódico. En el contacto con la realidad, con el hombre de la calle y sus problemas, quien sale y prueba con sus propios ojos el dolor y el miedo, siente en si mismo un arrinconamiento existencial y la solidaridad asoma la nariz por las esquinas.

Hace falta distanciarse de la comodidad del propio cubil y meditar mientras se camina y se fija uno en el carretillero, en el vendedor de helados en un carrito, o en el desplazado que nos distrae en su miseria, ¿cuál será su suerte? ¿Será eso masoquismo o cosa inútil o romanticismo de monja rica? ¿Apartarse de la opinión corriente y no seguir a donde va Vicente, se volvió hoy una osadía o un imposible mental? ¿Ya no volvieron a nacer Acevedos y Gómez, Bolívares, San Martines, O´Higgins que empuñen la bandera de la independencia y salgan a liberar de la inconsciencia?

Ya los ejércitos de Morillo fueron vencidos. Ya Bolívar, vilipendiado y sin popularidad murió en silencio. No tuvo micrófonos ni cámaras después de entregar su vida en inviernos y batallas. La gloria siempre ha venido después de la muerte y la infamia, para los héroes y santos. Y lo contrario, también sucede. Después de la fiesta viene el guayabo y la reprimenda.

Mañana saldrá el pueblo, precedido de camisetas, micrófonos, TV y políticos en masa, a pedir en voz en cuello, a gritar consignas por una nueva victoria. Me late que sonará a hueca y pírrica la marcha porque es más un respaldo al gobierno que un latido propio del corazón del hombre dolorido por esos hombres que están de pie y con ojeras detrás de las rejas de las púas. La solución no está afuera del hombre, en una marcha detrás de carros con sirenas, no estamos de fiesta contra la guerra con bocinas y cantantes.

¿Qué pensarán las farc, - con minúscula - y diezmadas en su moral y por el peso de los años perdidos en la “maleza”? ¿Vale la pena estar lejos de la tranquilidad en la familia, sufrir como lobos perseguidos en la noche y las montañas? ¿Valió la pena desolar campos y selvas para cuidar rehenes, yerba dañosa, y la espalda de la jauría de la enfermedad y del desprecio por su impiedad tan pertinaz y larga? ¿Todavía esperan que sus vidas terminen entre el propio sufrimiento y en el de sus víctimas indefensas sin dar un descanso a sus cuerpos y solaz a sus espíritus?

Los colombianos sabemos que la violencia, el secuestro, las minas quiebrapatas, las púas no son buenos alias para nadie. Cada guerrillero es un ser humano que no merece un insulto y esperamos que alcancen el indulto. ¿Será que en el fondo de cada uno de ellos hay algo de los ideales de bienestar, justicia social que algún día quisieron pregonar en su lucha armada?

La guerrilla puede hacer parte con la entrega de sus armas y la liberación de los cautivos, de la paz que todos anhelamos. La Patria espera que al fin del laberinto les llegue la luz del niño, del hijo, de la mujer que los espera en casa ya hace medio siglo. Sin resentimientos, con grandeza, con magnanimidad. Toda Colombia se merece la paz y la Concordia. La Historia nos ha enseñado sin libros qué pasó en Cuba, en Nicaragua, en Saigón, en Irak. Mucha plata perdida, muchas balas, selva devastada, muchas escaramuzas, familias destruidas, juventudes desperdiciadas y vidas truncadas.


¿Esa era la idea?

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