lunes, julio 14, 2008

ANDRÉS CAICEDO



El hombre de la Sexta en la Quinta
POR: EDINSON AVALOS


A principios de 1970, cuando apenas tenía 17 años, Andrés Caicedo abandonó su hogar para vivir en Ciudad Solar, una casa cultural ubicada cerca del Teatro Municipal de Cali, a pocos pasos de la calle Quinta. Lo primero que hizo al llegar fue ir al centro a comprar las dos únicas cosas que necesitaba para sobrevivir: una mesa de madera rústica y un butaco forrado en cuero de vaca con remaches en botones de cobre. Al regresar instaló su vieja máquina Brother sobre la mesa y se sentó en el butaco a escribir. Tres años después había finalizado los cuentos de los libros Calicalabozo y El Atravesado, además de una gran cantidad de cartas y artículos sobre cine.

El único día que no realizaba su jornada de escritura era el sábado, porque atendía las obligaciones del cine club que había fundado en Ciudad Solar. Pilar Villamizar, la encargada de la taquilla, recuerda que ahí se presentaban las mejores películas del cine europeo y norteamericano. "Habían ciclos de Bergman, Fellini, Arthur Penn, Polansky, Vittorio de Sicca, Pasolini…". Lo mejor, sin embargo, sucedía al medio día, cuando finalizaba la función. Entonces Andrés Caicedo se iba a caminar por la calle Quinta junto con sus amigos, hasta llegar a algún restaurante cuyo menú ofreciera su plato favorito, el tamal valluno. Luego seguían bajando hacia el Teatro San Fernando donde –según escribió en el cuento Calibanismo- “después de una señal se apagan las luces y entonces uno entra en ese sueño, en ese viaje colectivo de búsqueda de recuerdos que es el cine”. Al salir se devolvían por la calle Quinta bajo las luces de los primeros postes que se habían encendido. Iban hasta el Parque Alameda donde aún hoy sigue abierto El Bar de Libaniel. Ahí, Andrés Caicedo escuchaba con gusto a los clásicos de la salsa. No obstante, su música favorita pertenecía a otro género. "El mejor L.P. -le escribió en septiembre de 1975 al crítico de cine Miguel Marías- en la historia digamos del rock'n roll y del blues y si quieres aún del folk, es Let It Bleed, de The Rolling Stones, seguido de los lados Uno, Dos y Cuatro de 'Exile On Main Street', de The Rolling Stones, y en tercer lugar 'The Rolling Stones Now!' de 1965, eso es como haber vivido en la época de Mozart o Bach o Beethoven y tener oportunidad de escuchar sus composiciones a la semana de creadas".

En esa misma carta Andrés Caicedo le cuenta a su amigo español que acaba de diseñar un curso de cine para la Universidad del Valle. Apenas tiene 23 años pero ya es un especialista en la materia. Su revista Ojo al Cine, aunque carece de un respaldo económico, ha puesto a circular en toda Colombia tres números de muy buena calidad. Además, cuenta con la experiencia que le dejó el haber sido director de cine. Recordemos que entre 1971 y 1972 filmó un cortometraje titulado Angelita y Miguel Ángel. El papel protagónico lo interpretó Pilar Villamizar, quien sufrió unos terribles cólicos por culpa del perfeccionismo obsesivo de Andrés Caicedo. Resulta que en cierta ocasión la obligó a comer dieciséis huevos fritos, hasta quedar satisfecho con una escena en la que ella aparecía desayunando. La película, a pesar de todos los esfuerzos estéticos y económicos, quedó inconclusa y archivada, hasta que Poncho Ospina la rescató como material histórico. Lo importante de este fracaso es que cimentó las bases de una producción audiovisual con carácter local. Del mismo modo agrupó a los artistas caleños más sobresalientes de aquella generación. El espacio de encuentro siempre fue Ciudad Solar, que con su galería de arte y su almacén de artesanías y su cine club se convirtió en un emblema de la calle Quinta. Ahí, entre otros, se reunían Carlos Mayolo, Luis Ospina, Pakico Ordóñez, Ramiro Arbelaez, Jorge Herrera y la Rata Carvajal. Sin embargo, el artista que gozaba de mayor reconocimiento era Andrés Caicedo. De ahí que un diario capitalino lo haya contratado para que escribiera críticas sobre las películas que estaban en cartelera.

Su vida aparentemente marcha bien en Bogotá (“Tabogo de ahora en adelante, ¿eh?, como le decimos nosotros los caleños”, le escribió a Miguel Marías en octubre de 1975). Por un lado su situación económica se ha estabilizado. El sueldo que gana en el periódico El Pueblo, sumado a lo que recibe por la venta de su revista y de su libro El Atravesado, le alcanza para vivir en un apartamento cómodo. Por otra parte su producción intelectual cada día goza de mayor prestigio. Las editoriales Colcultura, de Colombia, y Crisis, de Argentina, van a publicar su novela ¡Que Viva La Música!, y un grupo de teatro de Tabogo está montando su adaptación de La Ciudad y Los Perros, la novela de Mario Vargas Llosa. Sin embargo, “estoy muerto”, le confiesa en una carta a su amigo Miguel Marías.

Es verdad: todas las noches sufre pesadillas, sus ganglios se inflaman y padece altas fiebres. La revista, por su parte, está a punto de desaparecer pues “yo estoy agotado de hacerlo todo, la diagramación, la distribución, la recogida y las cuentas”. Tampoco quiere seguir publicando en El Pueblo ya que los editores rechazan su estilo trasgresor. Pero lo peor de todo es que no puede ver ninguna película, porque en el XVI Festival de Cine de Cartagena perdió sus lentes. Allá -según le cuenta al poeta Jaime Manrique en una carta de abril de 1976- “me emborrachaba desde las 9 de la mañana y así logré escribir unas crónicas perfectamente delirantes y esquizofrénicas”.

El frío de la capital lo agobia. “Ya quisiera estar en Cali, son muchas las cosas que me hacen falta y aquí hacen unos días horribles”, le escribe a Miguel Marías. Seguramente lo que más extraña son las aventuras juveniles que vivió en la avenida Sexta, esas mismas que quedaron plasmadas en gran parte de su obra literaria. Así mismo, la nostalgia le trae recuerdos de la calle Quinta y Ciudad Solar, un lugar que poco a poco iría quedando abandonado hasta desaparecer. Su único consuelo son las drogas. “Marihuana en especial, cocaína por joder la vida porque no me gusta, benzedrina, vitalina y sobretodo Valium que me quita la tartamudeadera de la que padezco”, le escribió a Isaac León Frías, director de la revista peruana Hablemos de Cine.

A principios de mayo de 1976, después de permanecer varias semanas encerrado en su apartamento de Tabogo, se tomó veinticinco Valiums y se cortó las venas con un cuchillo de cocina. Lo único que consiguió fue perder la memoria durante cuatro días. El segundo intento de suicidio lo realizó el 26 de mayo del mismo año. Esta vez se tomó una dosis mortal de ciento veinticinco Valiums. Nuevamente se salvó, pero esta vez su familia decidió internarlo en una clínica de reposo en Cali. El 28 de julio anotó en su diario: “No puedo demostrar afecto, no puedo hacer el amor, soy como un ente que tiene dentro de sí una droga destinada a pensar bien”. Meses después, en una carta que le envió al peruano Isaac León Frías, escribió: “Este que ahora dice llamarse Andrés Caicedo no lo es más”. Por fin, el 4 de marzo de 1977, a los 25 años de edad, en un apartamento ubicado sobre la avenida Sexta, se tomó doscientos Valiums que acabaron con su vida y consagraron su obra.

FACEBOOK

https://www.facebook.com/profile.php?id=711839823