Se fue la voz del bambuco
Diógenes Díaz Carabalí
Berenice Chávez murió la semana pasada, el seis de septiembre. Apenas una lánguida nota en el periódico El Tiempo fue el homenaje para “La voz del bambuco”, quien por más de cincuenta años cantó, amó y vivió la música colombiana. Tan importante era Berenice Chávez que pudo cantar al lado de Agustín Lara y Olga Guillot, y Pedro Vargas la invito a que lo acompañara por una gira que copó muchos países. Más reconocida en el exterior que en el país; como todo lo que tiene que ver con nuestra música, y con el arte nacional en general, que, sino llega con el sello de España, México o Argentina aquí no es valorado.
Se enorgullecía de ser la primera mujer, y el primer artista nacional, que participó en la filmación de una película. Ocurrió en 1937. Cantó hasta que las fuerzas se lo permitieron, dijo Jaime Llano González, uno de sus más preciados amigos, quien le debe que lo hubiera llevado a debutar en la radiodifusora nacional, cuando la radio era importante y trampolín para nuevos talentos.
Desde luego es una lástima que se haya ido esta sin igual mujer, alma y nervio del más tradicional de los ritmos nacionales, la propia identidad del ser del hombre de los andes, desde las cumbres frías de los páramos hasta las ardientes llanuras de nuestros ríos. El ritmo que canta al amor y a la alegría, con una nostalgia de recuerdos coloridos, y que anima las duras faenas, las amortigua con su altisonancia cadenciosa. Ella tenía que irse porque todos somos intrascendentes. Pero es una lástima que se vaya su música, por culpa de nuestra falta de memoria, y porque nos parece que todo lo que nos entra empaquetado con falsos decorados es lo que mueve nuestros sentimientos.
Permítanme que lamente en público la partida de Berenice Chávez a una edad justa, con la madurez que vio pasar la cándida entonación de sus canciones en los escenarios más orgullosos de la patria. Pero permítanme también lamentar con profunda fuerza el olvido al que han sumergido la música de nuestra identidad, el denuedo de nuestra nacionalidad: a la música de Berenice la habían matado implacable antes de su muerte. ¡Mucho antes que ella pensara en morirse!
No es posible que la moda desfile con chillonas tonadas que semejan música mexicana, norteña para mayores luces. La música que exalta las infidelidades divinas y humanas y la picaresca chaparruna, que no es de nuestra cultura y de nuestros sentimientos, mientras aquellas evocaciones de contenido y espíritu poético mueren en las puertas oscuras de despatriarnos con las que nos indican cómo nos podemos emborrachar y cómo podemos matar las penas asesinándonos o suicidándonos. Es ese afán por traer a nuestros parques lo que no es nuestro, con la disculpa de que no podemos pasar una noche a punta de rajaleñas, y sí a punta de rancheras.
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