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Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano
¿Usted, hombre o mujer que lee este pensamiento - que vuela en el momento-, dónde cree que nace el amor que siente hacia su amante, hacia sus hijos, hacia sus padres? ¿Ha sentido cómo se levanta, qué come, si tiene alas y si acaso se enferma, muere y resucita?
Por si lo sabe, lo invito a que lo diga de regreso y yo lo pueda contar en otro texto.
¿Nació en una playa una tarde cuando Adán y Eva estaban recién creados y –dormidos-, Jehová pasó a su lado y sacó de la costilla falsa de Adán un sentimiento, lo echó a volar y cayó en el pecho de la curiosa Eva? Ustedes y yo sabemos que esto es mito como aquello. Quedamos en lo mismo. Así, que echemos sobre la mesa las probabilidades.
¿Brotó como manantial, sin notarse, como el paso de un hilo de agua atravesando el surco del pecho de la madre tierra? ¿O sale encendido, como lava de un volcán por un invisible cráter, del fondo de una garganta seca por el ansia? ¿O, salta como caballo encabritado o como géiser despelucado y loco que busca el aire, la luz y el horizonte abierto en las alturas?
Muchos caracteres se han escrito en verso y novelas sobre el amor y hombres, mujeres y hermafroditas han sufrido de este mal que estamos hablando. Al principio se acepta convivir con él y se le acomoda en el lugar mejor de nuestra casa. Pero, una vez adentro, suena como toda una gran orquesta o truena como potente artillería o corre como toro miura por la arena.
Dirán ustedes que el amor es viento süave, un huracán de blancas hojas, un ángel con lanza y látigo o una serpiente con colmillos y cola larga, cascabeles y morfina o un rinoceronte de respingada nariz y fuerza bruta inyectado con azogue.
Pablo, el de Tarso, quedó fulminado por su peso, millones de vírgenes murieron con su dardo y muchos sabios y santos perdieron a su lado la cordura y la corona. El amor es un trago ardiente que corroe hasta al más valiente. Lo dijo Freud desde el sillón, lo dijo Salomón cuando conoció a la de Saba, lo dijo Ramón y Cajal cuando diseccionó a pedazos el cuerpo inerte, lo dijo Sansón desanimado, en su desventura y sin cabellos.
¿Usted sintió, por ventura, el dolor o el veneno, o el dulzor y el tormento del amor? ¿Lo elevó, lo tumbó, lo anuló, lo enfermó, lo trastornó, lo cambió, lo encegueció, lo hizo retroceder, lo montó en jet o lo subió a una nube? ¿Usted se dio cuenta por dónde y a qué horas entró, en dónde se aposentó en su cuerpo, en qué parte le dolió? ¿En el pecho, en el esófago, en el miocardio, en el lóbulo frontal, en ambas sienes, en los pulmones, en la boca del estómago, un poco más abajo, en los jarretes de las piernas? ¿Todavía está ahí escondido y a veces se revuelca como en un principio? No me venga con el cuento de que está, ahí, donde el soldado pone la mano cuando jura a la bandera.
Porque el amor, - ese monstruo enorme sin ojos y con brazos arrolladores, con fuerza de quinientos megatones, de labios rojos y lengua de infierno-, no puede haber nacido en el corazón humano, laberinto de arterias y avenidas, estrecho, pequeño y …propenso a los infartos.
05-08-08 6:32 p.m.