domingo, enero 04, 2009

Popayán en su literatura (segunda parte)


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Por: Felipe García Quintero
En tal sentido, nos resulta impensable la poesía como un elemento exógeno del aura de la ciudad; no se trata sólo de un valor cultural agregado al prestigio de una clase social, ni de una simple cosmética de la hidalguía que marcó con su espíritu ocioso y reflexivo la personalidad aristócrata de Popayán, así como el gusto de su élite por las artes y el cultivo del espíritu, en rechazo del esfuerzo físico y el trabajo manual. Por el contrario, creemos en la poesía como algo propio de su suelo. En tanto que el vínculo armónico del trazado urbano con el paisaje, y de estos elementos en unidad con lo poético, se dio por una afinidad natural que los escritores de la tradición hispánica bien supieron cifrar desde los albores de la Conquista, para hacer de la ciudad un constructo literario idealizante; un discurso idílico cuya imaginería se ratifica al contacto con la realidad, por su efecto, idealizada. Así, la poesía encontró en el valle de Pubenza un territorio inocente para hacer de Popayán un canto feliz, mas no alegre, aunque de fino humor.

Por ello, ahora conviene ejemplificar lo dicho a la luz de cuatro casos emblemáticos seleccionados del caudal literario dedicado a la ciudad, y a partir del último ejemplo, marcar el punto de giro drástico de esa relación idílica que significó el más reciente de los terremotos, ocurrido el Jueves Santo 31 de Marzo de 1983, para establecer el nacimiento de una conciencia histórica y literaria nuevas, que definen la crisis de la ciudad contemporánea y la crítica a su letargo como un asunto de interesante cuestionamiento social e interrogación cultural.

Del esfuerzo inicial de Julio Arboleda (1817-1862) por cantar la gesta española y también el hecho mismo de participar en la formación cultural y social del nuevo orden político americano iniciado con la independencia en la joven República, destacamos para nuestro interés la manera histórica de representar a Popayán como discurso literario. Es la mirada sobre la complejidad natural, en particular los determinantes geográficos y sus símbolos ambientales, lo impuesto al lenguaje poético como reto para nombrar una realidad desconocida pero que empieza a ser propia. En estos primeros pasos de la literatura nacional, el Cauca y Popayán son palabras mayores, aunque ya tocadas por la ruina de las guerras civiles de la lucha emancipadora que durante el siglo XIX postraron la región en el atraso y la pobreza. No obstante, encontramos allí los rasgos que nos identifican y vinculan con el entorno natural y arquitectónico de las colinas próximas y el lejano azul vegetal del horizonte; esto bajo un cielo colmado de color y en silencio diluido por el crepúsculo de las cinco de la tarde; y junto a ello, el aire móvil de las nubes, detenido en los tejados y en los callados campanarios; o bien la luz oculta en el río que de pronto desemboca en lo espectral de las paredes blancas de las calles estrechas, donde la ciudad nocturna, muda y vacía vuelve a ser morada, murmullo, torna a poblarse de voces y sombras.

Ubicados en un tiempo histórico distinto y desde otra sensibilidad de mayor edad y autonomía estética, la poesía de Guillermo Valencia (1873-1943) aporta a la ciudad dos elementos fundamentales para su comprensión: primero, la condición femenina de Popayán, o mejor será decir de ella, el carácter maternal “fecundo” derivado de su naturaleza de madre pródiga en afecto, complaciente con sus hijos a quienes a cambio de lealtad y silencio brinda sus más caros valores de belleza, pureza, serenidad; apreciados como un sentido moral de realidad y un modo de vida refractario de las ideas progresistas, que impliquen alterar o poner en riesgo ese equilibrio mental con el espacio físico, de fuerte pero vulnerable poder imaginario con que toda sociedad se reconoce para ser y estar en el mundo. Segundo, notamos que en Valencia ya asoman rasgos fuertes de una conciencia crítica de la historia cultural de Popayán, para entonces en decadencia, que sin hacer de ello un reclamo abierto de quejidos desgarrados, sí es motivo de un llamado público a los fueros internos para recuperar la tradición perdida de ciudad gloriosa. Estos rasgos se encuentran enunciados con un rigor estético de factura pulcra y sentido complejo, impenetrable a veces por lo hermético del lenguaje parnasiano, en los poemas “A Popayán” y “Alma mater”; el primero escrito en 1909, y ambos como una manera de asumir el rol de poeta civil que la cultura literaria del modernismo ejerció en Hispanoamérica, y que tuvo a José Martí como paradigma de la integralidad entre vida pública y obra literaria. De este modo Guillermo Valencia logra enmendar cierta actitud evasiva de la realidad cotidiana, tan propia del credo estético del período azul de Rubén Darío, pues en estos poemas aparece el tema de reparación patriota que anima a revisar el pasado, a ver el presente y pensar el futuro de la ciudad y la región atrofiada del Cauca, en medio de los avatares de la nación que la descentró para siempre como su eje de poder político, económico y cultural.

En tal sentido, la mirada de Valencia es penetrante por la negación crítica con que abre y cierra un ciclo histórico de Popayán y, a la vez, generosa de espíritu porque en los poemas mencionados explora cada matiz y todo rasgo de la personalidad urbana difusa y acaso deformada por los efectos de la idealización literaria. Si bien Valencia personaliza a Popayán como mujer, lo hace para hacer de ella un discurso literario de conciencia histórica, una persona gramatical con quien establecer el diálogo horizontal, directo y franco, que rompa la soledad, el aislamiento y la incomunicación de la condición marginal sufrida en el nuevo orden impuesto al Cauca por la geopolítica republicana. Pero quizá lo más perdurable de su obra poética de tema urbano sea la madura meditación del alma con que templa los versos sosegados de “Hay un instante”; poema del cual no podemos sustraernos de la magia musical de escuchar, de ver y palpar con el poeta mismo el misterio revelado de la dimensión esencial de Popayán: la temporalidad metafísica del ocaso, cuando dice:

Hay un instante del crepúsculo
en que las cosas brillan más,
fugaz momento palpitante
de morosa intensidad.
[…]

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