CAPRICORNIO CONVERSÓ CON EL ERMITAÑO
Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano
El cabrito, con los cuernos ya crecidos y su barba negra, llegó curioso hasta la puerta del jardín donde habita el anciano en la ventana del desierto. Con el casco de su pata golpeó tres veces suavemente. Abrió la verja y entró confiado a saludar y conversar de la vida con el sabio.
La mañana estaba fresca y en el jardín alcanzaba a saborearse el rocío que había dejado su rastro en las pestañas de la hierba y en el pétalo de la traviesa margarita. El ermitaño levantó la vista al sentir el olor que exhalaba el cabro amigo por sus axilas y quijada.
- Humm, exclamó con alegría. Qué saludable y qué humano que vengas a primera hora del día a darme un respiro nuevo en esta soledad sin playas ni noticias. – Entra y pon tus lomos sobre la dulce arena de mi cueva, dijo acariciando el pelambre grisáceo del caprino.
- He sentido rumores desde el viento y he visto en el cielo la estrella más amarilla en estas noches. Presiento que un nuevo año empieza y he venido para marcar en mis uñas una arruga más en mis edades.
Sonriente y saludable el anciano, encogió, con ademán descuidado, las mangas de su sayo y recorrió con un gesto apacible toda la línea del horizonte.
– Pasó un año más de oportunidades para el universo, dijo. El ser humano, allá, envuelto entre la bruma de la tecnología y los fracasos que trae el trato con la guerra, se ha familiarizado con la confusión, los odios y la distancia entre hermanos. Olvidó para qué se han hecho los brazos y los abrazos. Para qué se hizo la boca con sus besos. Para qué inventaron las palabras y los hilos invisibles de las ondas que anulan el espacio. Despreció la madre tierra de donde brotan tubérculos, flores, árboles, lombrices y riachuelos. Dejó de oír el canto de los pájaros y se acostumbró a convivir con el procaz traqueteo de tanques y fusiles.
- Hermano monje, musitó manso el cabrito. Mi casa es el monte escarpado y mi comida son los gajos que quedan del despojo de los hombres. Paso mis días recorriendo el territorio en compañía de mi cabra y mis cuatro cabritillos. Por la noche, si hace frío, balo en coro con ellos y arrullo las montañas. Si hace calor, volteo la espalda y hago el amor con mi cabrita. No hago mal a la oveja, ni envidio la suerte del lobo ni me lamento de no tener la fuerza del toro salvaje. Soy cabro, con cuernos de rey, con barba luenga y ando cascorvo por laderas. Nada me falta. Si algo me duele, mi medicina es el ayuno o ingiero la ortiga que me da el camino.
- No sigas, hermano cabro, interpeló el anciano. Suficiente ha sido tu lección y me durará el año entero. De vez en cuando pasas ante mi soledad buscada, admiro la austeridad de tu familia y la dedicación a tu minúscula manada. Eres ejemplo de vida en la dureza del entorno que te ha tocado. Sólo que a ti te acompañan tu cabrita que te lame y te brinda leche y tus cabritillos que te llaman en sus afanes de crecer y conocer nuevos collados. Yo me contento con mi desnuda cueva, mi té de hierbas y Virgo que me cuida.
04-01-09 11:36 a.m.