Cartas desde el corazón
POR Marco Antonio Valencia Calle.
Como todos los años se reunieron los miembros de la familia alrededor de un plato de comida y un brindis. La abuela dejó saber que sus secretos culinarios saben cada día mejor. Se comenzó hablando de aquellos que ya murieron, al principio con nostalgia, pero luego salieron las anécdotas y todos rieron con las vainas y vivencias del muerto.
Los que venían de afuera de la ciudad querían saber sobre los últimos acontecimientos familiares y gente del pueblo, los que viven en el pueblo todavía, y se quedaran allí para siempre, con el legado de salvaguardar el nombre y la casa de la familia, estaban que se hablaban de felicidad y la boca les sabía a chisme fresco.
Apareció la tía que hizo orar a todos, y la abuela que nos empujó a misa. El primo aburridor que quería emborrachar a media humanidad a como diera lugar, el familiar lejano que armó problema por algún resentimiento del pasado. La prima enamorada que no paró de llorar porque el novio estaba lejos. No faltaron tampoco los que estando con toda la familia la dejaron de lado para dedicarse a hablar y hablar por celular con sus amigos distantes, y los que chatearon a plena media noche con afectos y parientes de ultramar. Y los niños que entre risas y juegos se divirtieron como enanos, felices todo el tiempo, todas las vacaciones, todo el fin de año y principio del otro.
Hubo familiares que llegaron con regalitos para todos. Se mostró admiración por el pesebre, el carro nuevo, el progreso o la ruina de tal o cual personaje. Se evocó a los seres queridos que han viajado al exterior y están viviendo otras historias. Se nombraron enfermedades hereditarias como si fueran medallas en exposición. Se recordaron juegos de otros tiempos, de las costumbres navideñas que los niños de ahora desconocen, y hasta se animó a los tristes por falta de trabajo, a los enfermos y deprimidos con la esperanza de año nuevo, vida nueva. En varias casas hubo baile, en otras se hizo paseo de olla al río más cercano, y algunos se fueron a pasarla bien a la finca o centros de diversión con abundante comida, trago y parranda ilimitada. Se habló de llevar a la abuela a un ancianato, de los bebes que han engrandecido la familia, de una colecta de dinero para el tratamiento quirúrgico de un tío, se visitó a la pariente pobre y se le llevó ropita usada para sus hijos, se durmió a pierna suelta hasta el medio día, se soñó con la prosperidad por efectos del cambio de año. Se gastó dinero desproporcionadamente, engordamos más de la cuenta. Se habló de Uribe, de las anécdotas que compramos con el dinero de las pirámides, de las próximas elecciones, del deportivo América campeón, de los refuerzos para nuestro equipo del alma. Hubo enamoramientos, encuentros, despedidas, enfrentamientos, disgustos, abrazos, besos, lágrimas. Hubo sancocho para todos, se comió marrano, pavo, gallina y hasta platillos extraños en la mesa. Se visitó la finca, a los amigos queridos, se leyó alguna cosa, se vio televisión, se escuchó la música de moda, se participó en carrozas, desfiles de carnavales, en cabalgatas, se jugó con harina, se gritó y reímos … y sentimos a la familia aquí, en el corazón, en el afecto y las entrañas. Todas estas cosas fueron buenas mientras duraron, y es el alimento que hoy tenemos para arrancar un año nuevo.
Tal vez todavía tengamos pereza, guayabo y ganas de seguir en vacaciones, de parranda y con la familia. Pero no, ahora tenemos el desafío de iniciar a trabajar para mejorar nuestras vidas y cambiar el mundo, de hacer cosas buenas para dejarles a nuestros hijos un país mejor. Entonces, a encarar los acontecimientos, a inspirarnos para hacer realidad los deseos de prosperidad que nos dieron entre abrazos y besos, la familia y nuestros amigos. Que la felicidad sea el camino, y la meta final de cada día.