domingo, enero 11, 2009

Acto de fe en Popayán

por Carlos Zambrano Ulloa


Parece que, por fin, vamos a tomar en serio la necesidad y urgencia de organizar bien nuestros festejos populares. Para que los popayanejos podamos volver a salir a las calles a participar de la alegría del carnaval, sin tener que resguardarnos o abandonar la ciudad -como ahora- para eludir la patanería agresiva del agua y de la harina. Todo, porque la municipalidad deja para última hora, la organización de de las fiestas, convocando afanosamente al fin del año, a unos cuantos líderes cívicos, a quienes encarga, con desgano, algo tan importante como la recreación de la ciudad.

Terminan armando un improvisado programa, como todos los años, en el que repiten, sin imaginación ni originalidad, y a las carreras, el mismo y gastado repertorio: la cursilería del insufrible Reinado de Pubenza (Por favor, no más!), o rellenando el programa con actividades anacrónicas, que bordean los ribetes del ridículo, como la exótica ofrenda floral de este año ante alguna de las estatuas de la ciudad, o una “parada militar” fuera de tiempo y lugar (Horror de horrores!), por las destruidas calles de la amada ciudad.
Mientras pastusos y caleños, de espaldas a las pirámides y a todos los siniestros del 2008, derrochaban alegría, civismo, humor, creatividad, en las calles de la ciudad culta de Colombia, se oficiaba el triste espectáculo de un pueblo, carente de cultura y de modales para divertirse, que peligrosamente olvidó las maneras de buscar la alegría en forma civilizada y colectiva. No más! Lo digo en serio: No más!

Llegó la hora de crear una Corporación que organice los carnavales en Popayán. Si se quiere hacer algo a largo plazo, estable y que valga la pena, se debe comenzar simultáneamente con los niños. Con un carnavalito. Para que ellos, que son el mañana, formados en una escuela de valores cívicos, se encarguen de proyectar y de acrecer el legado que recibieron. Como lo supieron hacer, con sabiduría y anticipación, padres y abuelos, y muchas generaciones anteriores, quienes nos inculcaron amor y respeto por unas tradiciones que se han engrandecido a lo largo de los siglos: nuestras bellísimas procesiones de Semana Santa.

El potencial humano que hay en Popayán es gigantesco, pero desaprovechado. Demasiado individualismo, escasa solidaridad. A cuya sombra germinaron la envidia, el resentimiento y el egoísmo, “que en tu tierra, como -me lo dijo alguna vez un ex Presidente de la República- son un recurso natural renovable”. Pero, sobre todo, las consecuencias siniestras de un cáncer pernicioso que no hemos podido erradicar: la más abominable politiquería. Mea culpa. Mea máxima culpa.

Los Carnavales de Popayán deben servir cada año para gozar un espectáculo auténticamente popular, que llene las calles con la alegría de murgas, de comparsas, de chirimías, de teatro callejero, de carrozas que exalten la magia de nuestros mitos y leyendas, de nuestros valores autóctonos y auténticos.

Que venga, con su alegría, la gente negra de la costa caucana, con sus cununos y marimbas; con el repertorio inagotable y mágico de sus alabaos y sus poemas y canciones. Que bajen los indígenas de las cordilleras y se sumen al festejo, con sus vistosos trajes ancestrales; con sus flautas y tamboras; con sus bambucos y sus sones.Para que en las calles de Popayán, la alegría fusione e integre todas las razas y las etnias que componen el Cauca.

Me considero un popayanejo intransigente que cree que los popayanejos somos capaces, desde las grandes empresas, hasta afrontar las adversidades y tristezas de la vida, dejando fluir la alegría en las horas efímeras de un carnaval.

czambranoulloa@yahoo.com

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