JORGE MUNOZ FERNANDEZ
Fascinante y conmovedora historia
Nadie que inspire tanto respeto como Jesús, cuya vida nos conmueve desde su nacimiento hasta la muerte. Hijo de una mujer valerosa y gallarda, que asumió su compromiso de vida con estoicismo, serenidad y temple, propios de su estirpe palestina.
María fue víctima de una de la más sórdida conducta humana: el chisme, que convierte a sus autores en seres moralmente depravados. Podemos imaginarnos las miradas de desprecio de que fuera objeto por ser una mujer que convivía con un artesano, superior en edad, cuya misión era la de simular, socialmente, su condición social de esposo. Viejo cándido y cornudo. “No digas nada, pero me han dicho...dicen por ahí que Jesús no es hijo de José”...
De niño, Jesús de Nazaret, antes de trascender los más altos designios de su misión redentora, era mirado con desprecio, como todos los niños que venían al mundo sin la bendición social de la cultura y valores impuestos por los sumos sacerdotes. Y no era para más, en una población donde todos se conocían por el lugar que ocupaban en la producción económica, ejercicio del poder, territorios de nacimiento y clases sociales a las cuales pertenecían, era imposible para los campesinos, pescadores, pastores, enfermos sin protección social, pobres, esclavos y leprosos ser reconocidos como seres humanos. Vale decir clase baja, a la cual pertenecía la familia de Jesús. No había indígenas.
Al conocerse sus peligrosas y tempranas prédicas, los expertos en la murmuración social difundían la conseja que el hijo de María había nacido en un establo y descalificaban su sabiduría, pues como persona descastada no hacía parte de la estructuras del poder dominante, conformadas por los sumos sacerdotes y fariseos, jefes romanos, grandes terratenientes, ricos comerciantes, jefes de los recaudadores de tributos, maestros de la ley,- sistema judicialmente imperante-, y altos sacerdotes.
Palestina era una provincia, -departamento-, del Imperio Romano y las autoridades romanas sabían que para poder gobernar era necesario hacerles concesiones a los colonizados, como respetar la religión judía, liberarlos del servicio militar obligatorio y permitir que usaran bienes públicos como las fuentes y los teatros. Concesiones falaces.
Dedicados a los negocios y la guerra los romanos, en la época de Jesús, no estaban interesados en promover idearios religiosos, máxime que existía la creencia, en el imaginario de los excluidos y marginados, que un Mesías nacería para cambiar el mundo.
Ser palestino en territorio ocupado por los romanos era sentirse mirado con sospecha. Tanto más por los esporádicos y conjurados intentos de rebelión contra las autoridades del Imperio. El implacable Herodes es ejemplo de las políticas de seguridad que aplicaban los romanos para preservar el poder esclavista y Poncio Pilatos pasó a la historia como un gobernante que, por simples conjeturas, ordenó ajusticiar a mil quinientos sospechosos frente a las Murallas de Jerusalén. “Falsos positivos”. Ajusticiamientos extrajudiciales. Jesús fue objeto de torturas y horrendo crimen por pensar distinto. Del mismo tratamiento fueron objeto, después, San Pedro y el apóstol Santiago. Intentaban mantener la misma causa.
Cuentan que Jesús de los doctores de la ley no aprendió nada, tanto que optó por alejarse de ellos con dignidad. Después de la visita que esperanzadoramente les hiciera no volvió a sus encuentros, seminarios y conversatorios estúpidos.
Condenado por los fariseos y señalado por la aristocracia saducea de recibir apoyo de los esenios, huyó de los cultos y de los poderosos. -“Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que un rico salvarse”.-Prefirió leer el alma de los campesinos pobres, de los jornaleros, de los pequeños artesanos de aldea, de los herreros, de los carpinteros, de los pescadores, arrieros, de los albañiles, de las mujeres, de los niños, de los esclavos, de las prostitutas, de los adúlteros, de los publicanos, de los mendigos, de los zaheridos y humillados; se acercó a los enfermos crónicos y terminales que, en la cultura judía, eran abandonados a su suerte, por considerarse que las enfermedades penosas eran fruto del pecado y propias de cuerpos impuros. Se puso del lado de la vida y se jugó la vida por quienes había perdido la esperanza. Tantos y tantas llegaron a escuchar y respaldar sus parábolas y su mensaje comunicacional de las buenas nuevas, que se volvió peligroso.
En el seno de un sistema de oprobios predicó que había un lugar donde no existía la muerte, ni el crimen, ni las desigualdades. Habló de una verdad alternativa y los grandes señores del Imperio, áulicos y cortesanos creían que El Mesías había llegado para colmar de miel el panal de la vida, el reino de los pobres. Su reino no pertenecía al reino de la iniquidad.
No sé donde leí o escuché que alguna vez se impresionó tanto con la desigualdad y la temprana mortalidad de los pobres en Palestina que, al terminar de ayudarle a José a construir un ataúd, asumió la decisión de combatir para siempre la injusticia de la muerte. Y nació, como dijera García Márquez, “en una pesebrera”. Vida prodigiosa.
Feliz Navidad y Mejor Año Nuevo.
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