lunes, agosto 18, 2008

Se fue Oscar Golden




POR Diógenes Díaz Carabalí

La generación nuestra, la mía y la de muchos que bordeamos la media centuria, vemos pasar a quienes fueron nuestros ídolos, en palabra de una ordinaria desprevención, hacia el cementerio. Para muchos ya nuestros padres se ausentaron, y ese hecho nos lleva a pensar que si murieron ellos cualquiera otro puede morir, pero no deja de arrumarnos la nostalgia cuando desaparecen aquellos que nos hicieron reír o llorar, bailar o compelernos, enamorar o desenamorarnos, quienes en definitiva influyeron en nuestra visión de la vida, que no era muy diferente de la forma como todavía se matan las penas: a punta de unas cuantas cervezas y unos cuantos aguardientes, como acostumbramos decirle a nuestros hijos con alguna mentirilla para demostrarles que jamás fuimos unos desbocados.
Oscar Golden se fue la semana pasada. Han dicho que a conformar el coro celestial o a cantarle a las once mil vírgenes del cielo; a lo mejor, como allá no hay nostalgia ni enamoramientos, no necesiten de sus canciones románticas ni de sus historias que hacen suspirar cuando se las escucha.
Oscar Golden era de aquellos héroes vivos de nuestra pubertad y ya había hecho llorar a una generación; surgió con sus movimientos tímidos para hoy, a lo Elvis Presley, exagerados para nuestros padres, cuando sentíamos los primeros impulsos para salir a ventear nuestras conquistas y nos gustaban aquellas chicas que mostraban la pierna con sus minifaldas atrevidas, aumentaban su estatura con los zapatos de suela gruesa, sentíamos la brisa de sus cabellos sueltos, tenían la “Boca de chicle” y no había tanto rubor para las conquistas. De todas maneras nuestros hijos nos dicen que ése fue un tiempo de cosas ridículas: lo cierto es que ya no se conquistaba con cartas ni se daban serenatas; se obsequiaba un censillo o se dedicaba una canción por el altoparlante del colegio: ¡Qué maneras tan atrevidas!
La nueva ola que encarnaba Oscar Golden, y que muchos no pudimos superar, era también la revolución a las costumbres: un tanto displicente y un tanto informal, pero sin rebosar los marcos; la revolución de aquellos que el marxismo no alcanzó para alejarnos de los confesionarios, ni la marihuana para que dejáramos desordenar las greñas porque no nos atrevimos a probarla. Era la nueva vertiente que muchos llamaron de los burguesitos, afectados también por ser hijos de los que vivieron la II guerra mundial, las grandes revoluciones y la muerte de Gaitán. Era un tanto de derecha pero se la bebían los de izquierda, en esa confusión de ideales con lo romántico que no tiene partido ni sexo.
La Nueva Ola traída de México o Argentina invitaba a gozar la vida como fuera, con las películas cursi como “Pili y Mili, dos chicas locas, locas.”, la aparición de Lizarazo o Jorge Varón, para enseñarnos que había un mundo de ensoñación y que el amor era capaz de sacarnos de los resentimientos.

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