domingo, agosto 03, 2008

El poder del chisme


Escrito por Julián Fernández



Si algún día me preguntaran que detesto, diría sin pensarlo que el chisme. Este implica un exceso de oralidad -que dejada a su propia suerte- comporta el despliegue de un libertinaje y degradación material y simbólica que impregna el lenguaje de una racionalidad transgresora y cínica; el chisme debe ser entendido como el intento compulsivo de averiguar agresivamente la intimidad de las identidades privadas como una estrategia cultural para rehacer los lazos comunicativos deshechos por la exagerada privatización e individualización de la experiencia social, más cuando su trasmisión y comprensión no exigen sino el morbo interesado de quien quiere oirlo.

El chisme torna público lo privado bajo un estado epistemológico conjetural y una metaforización ligera de los hechos; hiperbolizando lo insignificante y minimizando lo importante. Implica un ascenso de la insignificancia y una socialización no articulada de comentarios basados en la especulación a priori. Los teóricos de la argumentación dirían que la fortaleza y –curiosamente- a la vez su debilidad, esta determinada en la incapacidad para explicar y justificar su existencia real, pero el problema no es su estatuto ontológico probabilístico, sino la valoración ética de los comentarios derivada de los juicios axiológicos realizados sobre ellos.

En una sociedad que a perdido las condiciones de diálogo ideal, el elemento irracional del chisme genera una articulación emocional desde lo amarillista y dañino de los comentarios. El chisme denota la mezquindad e individualismo del “ser humano” que desea desde sus “bajos instintos” lesionar la integridad de las personas y la tranquilidad familiar, generando la creación de una intersubjetividad urbana -de la mas baja escala- que es elaborada y desarrollada como una construcción discursiva que supone la conservación audaz de los secretos vitales y mentirosos de la individualidad, pero tergiversados en la edificación de una cultura del susurro, del anonimato y de la sospecha tendientes a ridiculizar y envidiar la felicidad o el éxito que no se tiene por quien produce el comentario. Todo chisme es mezquino.

Quien es víctima del chisme queda atrapado en un laberinto sin salida donde se lo acusa especulativamente, sin ni siquiera dársele la posibilidad de debatirlo, pues el plano conjetural de su estructura plantea una ausencia de razones que juegan en contrario debido a que el comentario no se encuentra articulado a la realidad. El chisme, el susurro y la especulación se convierten -para quien los emite- en un factor real de poder con el que se negocian posiciones en las relaciones sociales y se “ganan” discusiones ante la imposibilidad de ofrecer una “prueba en contrario”. Los medios de comunicación y los sistemas informáticos crean las condiciones para que la sociedad se encuentre articulada a la dinámica del discurso, pero también suministran la posibilidad para destruir la integridad emocional y física de la persona objeto del comentario. Prudencia con el uso del lenguaje.

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