lunes, agosto 18, 2008

DE BEIJING Y OJOS RASGADOS







Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
Colombiano

Amantes de la cultura sin barreras, del Deporte, obra de belleza, disciplina y fuerza, hemos gozado ya por cuatro días del mayor encuentro mundial que concentra a millones de ojos frente a la pantalla plana. El pueblo chino ha deslumbrado por su amor a la obra cultural de los ancestros, como el papel, la escritura, las figuras de color, la danza. Ha mostrado al universo gran despliegue de su gente para que, reunida, diga cómo se construye en paz un proyecto tal y cómo se convierte al mundo en un sueño a pleno día.

La localía, es cierto, da seguridad y hace elevar su orgullo nacional. Pero no han puesto sus miras en la buena voluntad de los jueces hacia ellos. Han preparado escenarios, entrenadores, atletas, medios tecnológicos y de comunicación que muestran sin avaricia la grandeza de su presente. Se pusieron metas muy altas cuando se postularon para realizar esta Olimpíada y día a día han ido dando sorpresas en organización, seguridad y frutos deportivos. Hoy, en menos de una semana, contabilizan la difícil suma de 13 medallas de oro, seis más que su cercano contendor.

El pueblo chino, el del modelo obsoleto de la Revolución en marcha y del discurso maoísta, ha demostrado al mundo que al dejar la guerra fría, las consignas políticas de libros, la pobreza ha cedido y hay una nueva cara con un Destino claro para los 1500 millones de seres que pueblan su extenso territorio. La televisión nos muestra las mismas calles luminosas, sus monumentos intactos, la pujanza industrial y la alegría de los rostros que compiten con la elegancia de quien se sabe responsable en la misión confiada.

Hace una escasa década China era un pueblo con el lastre de las alianzas con el marxismo que a nada condujeron. La mujer, al igual que el hombre, vestía uniformada de gorra y overol y su símbolo era el retrato del gordo militar con sobresaliente diente. Hoy las cosas han cambiado y en todos los países, ojos de mirada oblicua y sus productos, han llenado tiendas y vitrinas con textiles, repuestos, carros y quincallas pintorescas. Su cultura ha sufrido con lujo la moda de la modernidad. Fabrica baratijas, pero también produce, software, hardware, máquinas robots, y dejó atrás la maquila burda. Cambió la imagen de calles peligrosas y caletas con ventas de opio por hombres de negocio que cruzan los océanos y colonizan con zapatos nuevos los mercados de Occidente.

Del inofensivo y medroso hombrecillo de saltarín andar y de sandalias y la mujer de kimono amarillo con flores rojas y sombrero de alas de bambú, han pasado al comerciante y ejecutivo de negocios que colman capitales, trenes, aviones y hoteles ofreciendo la industria inalcanzable que viene en barcos y containers a llenar cuantas bodegas y zonas francas estén abiertas. Ya no se identifica con el risueño acento del aloz y el tligo. El gutural acento mandarín lleno de sh, w, y, ng, y los caracteres chinos invaden TV, metro y Transmilenio, con anuncios, propagandas y marquillas en almacenes de suburbio y de cadena.

¿Hasta dónde y a qué profundidad llegarán estos personajes venidos de Shanghai o de Beijing vestidos de bluyín, camiseta, con celular de última generación y productos enlatados traídos desde allá? Ningún locutor ha dado la voz de alarma como aquella de la radio en época lejana: “llegaron los extraterrestres y nos tienen invadidos” con medallas, pitillos y dragones de ojos rojos, pies humanos, faldas de serpiente y cuerpo danzarín.
12-08-08 11:04 a.m.

PD : China no tenía necesidad de inflar sus datos de entrada a los escenarios, ni de falsificar la apariencia de la cara y de la voz de la niñ(o-a) que entonó el Himno Nacional ni de simular los fuegos artificiales y las imágenes en la ceremonia inaugural. Sabemos que hoy existen técnicas valederas para maquillar y producir efectos audiovisuales. En esa materia China pudo haber obviado los comentarios denigrantes, respetando la verdad ante el público, con una sencilla explicación en su momento. Nada hubiera, entonces, empañado el espectáculo. Parece que eso ya es costumbre que recorre todo el planeta, desde Colombia hasta la China. Que no vengan ahora a hacer suponer los periodistas que sólo en Beijing aparecen tales engaños.

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