Por Fabio Arévalo Rosero MD*
Las olimpiadas, tanto las más remotas como las modernas, están llenas de historias curiosas épicas e insólitas. Los atletas de la antigüedad practicaban desnudos y descalzos. Las mujeres estaban excluidas de los juegos como participantes y espectadoras. Su incumplimiento se castigaba con la muerte. Alguna vez una viuda asistió disfrazada con una túnica de entrenador para ver como ganaba su hijo; descubierta fue perdonada por ser hija, hermana y madre de campeones olímpicos. El origen helénico de las olimpiadas es incontrovertible.
En la antigüedad, uno de los mayores obstáculos para su realización fue la rivalidad entre griegos y romanos. La mayoría de los césares vetaron los juegos en el olimpo, oponiéndose a su celebración y mucho más a su expansión, a pesar de la popularidad que habían ganado. Uno de los pocos emperadores que las apoyó decididamente fue Nerón, quien no dudaba de los beneficios por el enorme arraigo plebeyo del que gozaban. Nerón nació en el año 37 después de Cristo. Se convirtió en emperador del imperio romano a los 16 años reinando hasta su muerte, que le llegó tempranamente a los 30 años inducida por él mismo. Su vida es aparentemente una historia de excesos y de abuso de poder, aunque algunos historiadores le reconocen importantes logros para Roma. Era aficionado a la conducción de carros, al arpa y a la poesía, con algunos destellos que le permitieron actuar en público como artista y deportista. Como gobernante participó en los Juegos Olímpicos del año 67, a fin de mejorar las relaciones con Grecia y de mostrar la hegemonía romana al pueblo helénico y al orbe en general. Compitió en la mayoría de pruebas con dominio total y condujo un carro de diez caballos donde casi muere al sufrir una caída. A pesar de no ser el mejor, ganó todas las coronas de laurel y las llevó a Roma donde las expuso en un desfile, siendo ungido como el deportista "más grande" de la época. Las victorias de Nerón se atribuyen a su condición de emperador, al soborno de los jueces y al miedo de sus oponentes que fueron prudentes frente a semejante rival hambriento de gloria a cualquier precio. En teoría fue el atleta olímpico más galardonado en el primer milenio o en las olimpíadas de la antigüedad.
En las justas modernas de Pekín 2008, ha ocurrido algo semejante, un grande que arrasó con todos sus rivales, el nadador estadounidense Michael Phelps. Pero a diferencia de Nerón, Phelps lo ha hecho a punta de su talento y su disciplina, sin prerrogativas. A sus 23 años ha participado en tres olimpiadas, logrando seis oros en Atenas 2004 y ocho en Pekín 2008.
Las 14 medallas de oro lo convierten en el deportista más laureado en los JJOO modernos. Ha superado a los cuatro grandes de la historia del olimpismo: Paavo Nurmi, Larisa Latynina, Mark Spitz y Carl Lewis, todos con nueve oros.
Nerón, por su número de laureles y la historia conocida, fue obligadamente registrado como el "mejor" de las antiguas olimpiadas. Michael Phepls al menos desde las medallas, es ahora el mejor deportista de la historia de los Juegos Modernos. De allí que Nerón y Phelps, cada uno en su época, cada uno en su estilo y cada uno en su estrategia, se convirtieron en leyendas olímpicas