viernes, agosto 01, 2008

BATMAN O LA JUSTICIA AUTOINMOLADA






Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
leoquevedom@hotmail.com
Colombiano

De pequeño leía en El Siglo, periódico de la devoción de mi padre, las aventuras de El Fantasma con su disfraz de licra negra pegado al cuerpo. Todos los domingos esperaba que continuaran sus viajes en la jungla salvando de las injusticias a los desvalidos. Mi ansia de encontrar ídolos que luchen por liberar al mundo de las garras de los fuertes - que siempre son injustos-, no ha cesado. La imaginación de los escritores continúa y la nobleza nunca naufragará en la profundidad de las fibras del ser humano. El arte la expresará de mil maneras en la literatura, la pintura o el cine.

Anoche fui a ver a mi personaje dual con traje nuevo. Bruno Díaz ha cambiado de nombre y novia. Ahora se llama Bruce Wayne y es un empresario voyante y a la linda Chase la reemplazó por la desmirriada Rachel. El audaz murciélago, a pesar de tener su bunker con las últimas maravillas de la tecnología, no ha olvidado que su oficio es salvar a la ciudad de los malandros. Debajo de su manga con mancornas está su afán por volar a perseguir a los delincuentes porque siente que es la encarnación de la Justicia.

El Guasón y sus compinches, símbolo de todos los defraudadores, corruptores y capos de bandas de matones se le enfrenta, como siempre, ayudado por infiltrados en la policía, la política y la banca. Se ven jets de última generación, viajan en Boeings 747 y las oficinas en los penthouse tienen vista hasta el fondo con telescopios con mirilla. Sus camionetas, rifles, rockets, bombas de tiempo, no tienen nada que envidiar a nuestros vernáculos matones. El Guasón sonríe ante Batman y le confía su secreto: al final él no pierde nada y puede quemar los billetes. Pierden los que en él creyeron. Ni las balas ni la muerte serán jamás su castigo. Esa es la carta que nunca puso en juego.

La delincuencia se muestra en todo su esplendor en la película con el ruido del traqueteo, explosiones y patadas en las puertas y los vidrios, el chirrear de las llantas en la persecución y los cabezazos de muerte sobre las mesas. Viajan con facilidades y sin visa a todas partes y entran a bares y toman licor a borbotones. Se atiborran de dinamita hasta el estómago. Así compran y llegan a formar el caos en la oficialidad y las oficinas.

Batman, - la Justicia -, está sorprendido. Sólo lo acompañan en su tarea ingrata su coraza de titanio, su novia, un perfumado fiscal, el conserje Alfredo y un bigotudo e ingenuo comisario. Nadie a su derredor es muy confiable. De razón que la Justicia siempre ande como perra vieja y coja y, a veces, en motico desvencijada. Nadie quiere estar de su lado, todos la persiguen como perros amaestrados.

La sociedad civil, entretanto, encerrada en el barco de la ausencia de la autoridad, y mientras la justicia se enfrasca a muerte con los malevos, decide extática su destino en medio del mar y la espera.

Al final, como en una película, Batman, gana la partida y los guasones caen abatidos. Pero el taimado comisario le roba el show al héroe y Justicia guarda en silencio su uniforme de negro en el anonimato. El murciélago vuela con los ojos abiertos de noche y de día trabaja de incógnito a media máquina. El libretista de turno vuelve a esperar en la penumbra a que Batman vuelva a ponerse las alas y su antifaz y descubra en las sombras la cola de las ratas que siempre merodean en tabernas, escondrijos y entre las armas.

La Justicia, acobardada, se devolverá a su escritorio y, desde allí con su disfraz y voz callada, seguirá sintiendo con el brazo trémulo y su mazo inerme la burla de la gente. La gran linterna con su sello está rota.
30-07-08

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