domingo, agosto 03, 2008

Palabras del viento


Palabras del viento

por Juan Carlos Pino Correa

El hombre de barba y traje habla con voz sentida frente a la iglesia. Dice que le duelen las injusticias, la desigualdad entre ricos y pobres, la insolidaridad en el mundo de hoy, los derroches de unos mientras mueren otros y que aún guarda la esperanza que aquellos problemas puedan superarse por el bien de todos. Yo dudo que el que esté hablando sea aquel hombre y pienso que tal vez me distraje cuando empecé a caminar por el puente y que ahora el que habla es un alto jerarca de la iglesia.Entonces vuelvo a mirar.

No, el que aún habla es el hombre de barba. El jerarca está un poco atrás esperando su turno. Seguramente luego dirá lo mismo con otras palabras pero con tono de predicador y no de político impotente. Frente a ellos hay un grupo de fieles y un largo puente por donde desfilan turistas en ambos sentidos. A un lado se han ubicado discretamente unos monjes con gastadas túnicas cafés que acaso se impregnen por un instante del perfume de los otros, ese costoso perfume que colmó el aire cuando pasaron junto a mí.

Yo pienso en lo que dice el hombre mientras hago algunas fotos y no dudo que es paradójico aquel discurso en este escenario. Un pequeño y lujoso yate se acerca a la orilla de la Giudecca y se detiene a unos veinte metros de los escalones de entrada a la Iglesia del Redentor donde se hacen las alocuciones. Una mujer, en el yate, se levanta impetuosa con su bikini y su piel bronceada. Muy cerca se han apostado decenas de embarcaciones donde hombres y mujeres en traje de baño escuchan música, apuran un trago y conversan animadamente. Un poco más lejos, donde las palabras de los oradores no llegan, otras embarcaciones navegan eufóricas en esta laguna en la que está ubicada Venecia.

Es un carnaval que nadie se quiere perder mientras el Campanile de San Marcos se erige como testigo silencioso.

No me quedo al discurso del jerarca porque lo intuyo. El papel y el aire aguantan todo. En la noche, desde la ventana del hotel, veo el espectáculo majestuoso de los fuegos artificiales que son también parte de de la Fiesta del Redentor que en el tercer fin de semana de julio recuerda el final de la peste de 1577. Y pienso en que el jolgorio en los distintos canales debe ser ahora más intenso.

En la prensa leo al día siguiente que una adolescente ha muerto por consumir éxtasis a la espera del alba con que concluyen las fiestas. Releo la noticia despacio para mi hija Isabel. Y le digo que no sé que pensarán de aquello el hombre de barba, el jerarca, los acompañantes de elegante vestido, los monjes y los feligreses. A lo mejor ni se habrán enterado, agobiados en las resacas de los ritos profanos o sagrados. La vida sigue y a las palabras se las lleva el viento. Las que ayer escuché ya deben ser de otros tiempos.

jcpino@unicauca.edu.co

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