CARLOS E. CAÑAR SARRIA
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Los conservadores están furiosos con Luís Carlos Restrepo, el Alto Comisionado de Paz, porque éste propuso disolver los partidos uribistas como una de las medidas para resolver la crisis provocada por la parapolìtica. La propuesta de Restrepo constata que los partidos uribistas están siendo victimas de su propio invento y que la coalición oportunista, clientelista y politiquera se está desmoronando por sí sola. Según parece, Restrepo pretende consolidar otras fuerzas políticas capaces de hacer posible la segunda reelección de Uribe y evitarle problemas al presidente más popular de Latinoamérica, con el 82% de favorabilidad según las encuestas.
El Partido Conservador -que de todo tiene menos de un verdadero partido político- manifestó enfáticamente que instalará tolda aparte y participará con candidato propio para las elecciones de 2010. En otros términos, que no le jalará más a un tercer periodo de Uribe y que se empeñará en sacar y proponer su propio candidato.
Se equivocan los conservadores si piensan que pueden ser opción de poder para la próxima contienda electoral. En el seno de este ‘partido’ realmente no vislumbran unos verdaderos líderes que puedan cautivar electoralmente. De ser posible ya lo hubiera hecho. Sus “líderes”, para oxigenarse, tuvieron que recurrir al uribismo al son de prebendas, clientelismo, oportunismo y burocracia. El conservatismo reposa en el museo de antigüedades, lejos de la modernización y de la modernidad. Distante del interés general, pasa de agache ante los problemas más candentes del país. Nada crítico ni autocrítico y sin ideas propias. En minoría de edad, si utilizamos términos del filósofo Kant.
El columnista Diego Martínez Lloreda en El País sostiene que: “Si le da la gana, al presidente Álvaro Uribe le queda muy fácil hacerse reelegir para un tercer periodo. Lo que le va resultar de para arriba será gobernar en ese cuatrienio”. Agrega que las encuestas demuestran que Uribe cuenta con votos de sobra para una nueva reelección.
Como el conservatismo no tiene con qué y con quién aspirar terminará en quedarse sin la soga y sin la ternera. Un partido que no puede prevalecer por el simple influjo de sus propios líderes, irremediablemente desaparece.
Si el Partido Conservador pretende convertirse en opción de poder, debe dotarse de una filosofía y de unos ejes programáticos capaces de afrontar los retos que exige una sociedad moderna y democrática. Asumir la educación polìtica como una de las principales tareas y empeñarse en preparar una clase dirigente ajena a los vicios y patologías que han caracterizado el ejercicio de la ‘democracia’ en este país.