sábado, mayo 03, 2008

Malabarismos

Escrito por Juan Carlos Pino Correa
jcpino@unicauca.edu.co


Apenas el semáforo se pone en rojo y los automóviles se detienen, el malabarista reinicia su función. Algunas veces los objetos suben y bajan acompasados e impetuosos en torno a unas manos imantadas.

Y otras veces la boca escupe un fuego largo que hace tibia la calle y la esquina. De tan repetidas estas y otras escenas ya no sorprenden al transeúnte que las observa desde el andén o al pasajero que con un mohín de hastío las soporta detrás de los vidrios de un colectivo, un taxi, o un vehículo particular, como si una burbuja los protegiera de aquellas intemperies. A lo mejor, transeúnte y pasajero van pensando en sus propias intemperies, en sus propios malabares y en sus propias peripecias para dar un eterno “salto mortal hacia mañana”, como dice Ixca Cienfuegos en las páginas de La región más transparente.

Todos sabemos que aquellos malabaristas de la esquina están allí no porque tal situación les agrade sino porque de alguna manera hay que sobrevivir en un país donde las oportunidades y el desarrollo social siguen siendo deplorables aunque muchos se empeñen en gritar lo contrario a voz en cuello y con una venda en los ojos, por supuesto, y en creer que vamos camino de la salvación.

Pero en realidad quienes quieren “persuadirnos” de que vamos en la senda de la salvación son otros malabaristas y que no están en la calle ni en los circos aunque el escenario en el que se mueven se parezca un poco quizás a estos últimos. Son los malabaristas del poder que hacen funambulismo cada día frente a una resignada sociedad que de tanto ver aquellas funciones tampoco se impresiona ya.

Este funambulismo de amplios salones, lujosos trajes y previsibles intereses es retransmitido en el día y en la noche sin recato y sin pudor por medios de comunicación que no muestran ninguna capacidad de lectura crítica frente a la contundencia de ciertos hechos mientras los de la venda en los ojos aplauden a rabiar.

Muchos de estos malabaristas, como monos amaestrados, hacen muecas absurdas a la vez que sus palabras parecen gruñidos desesperados. Un botón para la muestra: solicitud de asilo. Y no sobra decir que en ocasiones sale el funambulista principal a hacer su propio show. Y a gruñir también.

Me disculpo con los malabaristas de la esquina. No creo que a ellos les haga gracia que se les compare con los otros.

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