POR: JORGE MUÑOZ FERNÁNDEZ
Si me permiten mis lectores una comparación, el ambiente de inseguridad institucional y política del país se parece al discurrir de los pobladores que viven casi en la boca de las fumarolas de los volcanes en América Latina, y no se conmueven ante las explosiones, emisiones de cenizas y rocas de las montañas a las cuales se han acostumbrado. Más, aún, asumen con indiferencia los informes de los vulcanólogos que sugieren desplazamientos ante la inminencia de explosiones y torrentes de fuego sobre las poblaciones asentadas en los alrededores de las zonas vulnerables.
Lo propio ocurre en la sociedad colombiana, que vive de hecatombe en hecatombe sin inmutarse, a veces cambiando de lugar para que pasen las coladas de lava, sin lograrlo, naturalmente, porque las consecuencias históricas de su indiferencia son tan evidentes que sería artificioso esconderlas.
Indiferencia que, en cuanto a su inercia e incapacidad crítica para salvarse, tiene explicaciones en la forma como el poder ha usado la información para narcotizar la realidad y entumecer sus potenciales aspiraciones de cambiar de rumbo.
Bien lo decía hace un año en un foro sobre la democracia el Profesor Jesús Timoteo, Catedrático de las Ciencias de la Comunicación en la Universidad Complutense de Madrid: “…desde la aparición de los grandes medios de comunicación estamos sometidos a una dosificación fluida, sistemática y calculada de la comunicación basura”.
Quienes aún creen en la democracia hija de la Revolución Francesa, pueden guardar sus libros. Dos siglos de democracia parlamentaria abatidos por la ciudadanía mediática. Los golpes fueron tan contundentes que el sistema parlamentario clásico no puede levantarse. Su cuerpo desvencijado permanece sobre la lona histórica.
Que existe como evidencia política la conquista innegable del sufragio universal, dirán. ¡Vaya! ¡Vaya!, El voto libre, autónomo e independiente desapareció bajo el peso abrumador de la mercadotecnia política. Buenos conceptos puede darnos Berlusconi, quien como Primer Ministro es un próspero magnate de los poderosos medios italianos. La participación electoral como espectáculo echó por la borda la democracia representativa, hija de la revolución francesa, de la revolución inglesa y de la revolución norteamericana.
Entre tanto, es tan desbordante e impredecible el cúmulo de noticias sobre la realidad colombiana, que las gentes no saben políticamente, al final de cada ceremonia televisiva, si “el perro que mueve la cola” o “la cola que mueve al perro”, y, como algunos ribereños al pie de los mugientes volcanes, prefieren no cambiar de opinión.
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