miércoles, mayo 28, 2008

Letanías de la Locura



Un libro de Jorge Alfredo López Garcés, 2006
Por Donaldo Mendoza


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Papini

Jorge López (Popayán, 1943) toma de la tradición cristiana la palabra que lleva implícita la unidad de su poemario: Letanía. Ese es el nexo con una patria donde se crece en el dolor:
Madres de malos partos p. 41. Decepcionados de la infancia p. 25. Que rompió el mágico amuleto de la adolescencia p. 31. Y parece que los sueños jóvenes/ Se hubieran marchitado de repente p. 31.
El contexto de esta desgarrada poesía es la Tierra, sustantivo escrito en mayúscula, para no desmerecer su alcance universal. Hay una atmósfera global que quizá no todo lector advierte. Existe la globalización desde el alba de la Humanidad, cuando Caín declara la primera guerra fratricida. En todos los ámbitos donde mora el hombre, la guerra es eso: Sobre un tálamo de puñales iracundos (…) Que persiguen la mano fratricida.

Jorge tiene en Colombia el escenario ideal para poetizar la condición humana. Este pedazo de la Tierra es el altar propicio para esta oración sin dios:
Semillas estériles/
Que los dioses abandonaron . Sus letanías siguen una numeración ordenada, insistente, larga y reiterada. En los veinte poemas del libro se traza una geografía de amarguras; adjetivo que prefiere el poeta para el nombrado sustantivo (Tierra).


Esta poesía es preciso leerla desde el estado de sufrimiento inherente al ser humano; y no es el poeta el pesimista, es la tradición de la literatura, desde los quebrantos de Don Quijote hasta los dolientes fantasmas de Pedro Páramo, en nuestra lengua.
De <> siguen impresionando los innumerables espejos rotos del paisaje:
…muros inhóspitos /
de ciudades sin memoria. …
su agua cadáver. Habito en un país /
de cien mil fantasmas mutilados.
Esa lista de locuciones y frases va hasta el “Punto final”, en donde El ángel de la guerra que destruye / Las puertas de la vida se pregunta si ¿Tendrá un punto final? Esta pregunta del pedagogo me suena impertinente para el poeta e innecesaria para el lector, que lleva las suyas.
Quizá no era ese el poema indicado para el final. Había que abrirle paso a la utopía que se anuncia en el poema 5: “Arte poética”. Allí está la poesía en su función salvadora, “prueba concreta de la existencia del hombre”: Siempre/ Siempre la poesía/ Con su exorcismo/ De luna obstinada/ Rescatando la utopía.


En suma, Jorge López Garcés funda con Felipe García Quintero esta tradición poética que toma distancia del elevado lirismo de Guillermo Valencia, inevitable referente, para ocuparse del Hombre en la incesante búsqueda de una Tierra en donde fructifiquen los sueños.

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