GRACIAS A LOS CARGUEROS
MARCO ANTONIO VALENCIA
Gracias a los cargueros de Popayán, Jesucristo cada año puede volver a cargar sus cruz, y los católicos del mundo pueden sentirse libres de pecado para morir tranquilos y volver al paraíso prometido, a un cielo donde no hay esposas, ni vejez, ni muerte, tres de las tragedias más lamentables de esta vida (dicen algunos)
*
Esta Semana Santa los cargueros más desordenados sentirán el peso del mundo sobre sus hombres, y aquellos que pueden mirar de frente por estar libre de pecado, sentirán que llevan una pluma en vez de barrote. Pero al final, todos ellos levitarán redimidos, limpios, llenos de fe y con la emoción del deber cumplido.
*
Miles de alumbrantes venidos desde todos los rincones del país, “como dos serpientes de fuego” se deslizarán al compás de las bandas de guerra de la Policía, la Academia Militar y el Ejército, así como de una coral y una orquesta de música sacra (con música de y para ángeles que solo disfrutaran los privilegiados que salen alumbrar, o a ver desde un anden o un balcón, el transitar de una de las procesiones más antiguas del continente y más hermosas del mundo. Las procesiones se deben vivir en vivo).
*
Así se puede disfrutar, por ejemplo, del trabajo de las Sahumadoras, que pebetero en mano y vestidas de Ñapanga, queman esencias aromáticas. Quema que deja un rastro imborrable en la memoria olfativa de los asistentes a una tradición viva que inició en el año de 1556.
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Este olor de esencias aromáticas que las ñapangas payanesas van dejando a su paso, junto a la música sacra, al silencio, al crujir de los pasos, al sonar de la matraca y las campanillas de los sacristanes hacen de nuestras procesiones un evento único y solemne, que pone la carne de gallina cada noche que tenemos la oportunidad y el privilegio de estar presentes; porque la gente culta toda, en masa, y a una, salimos, igual que cientos de turistas, a alumbrar en las procesiones.
*
Es falso que las procesiones sean iguales cada año. Que con verlas una vez ya se han visto todas. Esa es una mentira que ofende. Con el correr de los años nuestra sensibilidad y entendimiento de esta noble tradición va creciendo, afinándose. Cada año, como ciudadanos que alumbramos o vemos pasar la procesión, vamos descubriendo nuevos elementos, olores y perspectivas que nos llena de experiencias novedosas y sensaciones inexplicables, significativas. Mejor dicho, cada año que alumbramos, vamos entendiendo mejor el trabajo de los cargueros, acrecentando nuestra fe y resignificando nuestras creencias. (valenciacalle@yahoo)
MARCO ANTONIO VALENCIA
Gracias a los cargueros de Popayán, Jesucristo cada año puede volver a cargar sus cruz, y los católicos del mundo pueden sentirse libres de pecado para morir tranquilos y volver al paraíso prometido, a un cielo donde no hay esposas, ni vejez, ni muerte, tres de las tragedias más lamentables de esta vida (dicen algunos)
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Esta Semana Santa los cargueros más desordenados sentirán el peso del mundo sobre sus hombres, y aquellos que pueden mirar de frente por estar libre de pecado, sentirán que llevan una pluma en vez de barrote. Pero al final, todos ellos levitarán redimidos, limpios, llenos de fe y con la emoción del deber cumplido.
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Miles de alumbrantes venidos desde todos los rincones del país, “como dos serpientes de fuego” se deslizarán al compás de las bandas de guerra de la Policía, la Academia Militar y el Ejército, así como de una coral y una orquesta de música sacra (con música de y para ángeles que solo disfrutaran los privilegiados que salen alumbrar, o a ver desde un anden o un balcón, el transitar de una de las procesiones más antiguas del continente y más hermosas del mundo. Las procesiones se deben vivir en vivo).
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Así se puede disfrutar, por ejemplo, del trabajo de las Sahumadoras, que pebetero en mano y vestidas de Ñapanga, queman esencias aromáticas. Quema que deja un rastro imborrable en la memoria olfativa de los asistentes a una tradición viva que inició en el año de 1556.
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Este olor de esencias aromáticas que las ñapangas payanesas van dejando a su paso, junto a la música sacra, al silencio, al crujir de los pasos, al sonar de la matraca y las campanillas de los sacristanes hacen de nuestras procesiones un evento único y solemne, que pone la carne de gallina cada noche que tenemos la oportunidad y el privilegio de estar presentes; porque la gente culta toda, en masa, y a una, salimos, igual que cientos de turistas, a alumbrar en las procesiones.
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Es falso que las procesiones sean iguales cada año. Que con verlas una vez ya se han visto todas. Esa es una mentira que ofende. Con el correr de los años nuestra sensibilidad y entendimiento de esta noble tradición va creciendo, afinándose. Cada año, como ciudadanos que alumbramos o vemos pasar la procesión, vamos descubriendo nuevos elementos, olores y perspectivas que nos llena de experiencias novedosas y sensaciones inexplicables, significativas. Mejor dicho, cada año que alumbramos, vamos entendiendo mejor el trabajo de los cargueros, acrecentando nuestra fe y resignificando nuestras creencias. (valenciacalle@yahoo)