por MARIELLY VALVERDE
Puede que este impulso te llegue con el silencio rojo que da lo inesperado, ojala, para dejar siempre inquieta la posibilidad que las cosas pasen de otro modo, mejor, mas justo, menos doloroso que el que ordena el principio de realidad, otros confían tamaña construcción a la suerte, los que sospechamos de esta palabra, para volverla soportable y alargarle el milagro de su continuidad consideramos que ella es más en sí misma, es más que acaso, condición, destino, más que estrella, fortuna, potra, azar, rueda porque va mas lejos del sino.
Muchos seres se han dedicado a darle piso y razón de ser a la palabra suerte, y aparece una flor cubana para decir: “la suerte está en los pies” y ¡sí! Suena agradable cuando se le da más movimiento y fuerza. Pero que tal cuando afirma Andrés Hoyos: “La suerte es la intersección entre las oportunidades y la curiosidad” ¡Ah, el botón que le faltaba al ramo! Aquí si amerita sentarnos a tomar un café. Porque apareció una palabra bella y mágica: La Curiosidad.
Esa loca de atar y desatar, risueña, maliciosa y carisucia que todos llevamos por dentro, a veces lúcida, a veces babeante pero siempre andante y sino ¿Qué se podría pensar sin ella ese día de lento atardecer de la vacante? Por la curiosidad maternamos la vida, pedimos concejos a la naturaleza, regalamos promesas al que está empacando las ganas de quedarse, nos gozamos los desacomodos cósmicos de los demás, ¡sobamos de deseos el universo en tiempos de contestación! La curiosidad invita a mirar para comprender, es nuestra cómplice para contar con los dedos de las manos tres recuerdos alegres, dos tristes, dos nostálgicos, pero ninguno falso.
La curiosidad también goza cuando nos ayuda a sostener los códigos de la amistad, los de la buena voluntad para presenciar con ojos bien abiertos hasta donde uno es capaz de jugársela por un amigo. La curiosidad está ahí en esas áreas de asociación cerebral que permiten pensar, escuchar, hablar, entender, recordar un rostro, un número, un símbolo, un gesto, sentir dolor, alegría, meterse en la vida de un rompecabezas o simplemente enojarse, irse. Todo es posible para un cerebro curioso, mientras mas conexiones de neuronas hay la viveza de la persona es mayor, imposible dejar de sorprendernos ante esta colosal red de axones y dendritas generando a millón un sistema de comunicación de alta velocidad.
La curiosidad, tiene nombre de mujer, mujer llena de lugares, asombros y secretos. Tiene color de tierra, luna y mar. Parece que no fuera de este planeta, por eso nunca se casó, pero en sus entrañas también lleva olor a hombre, es un olor intenso que estremece, que envuelve cuerpos como un aura, absorbiéndolo todo con ojos de sol a sol.
La curiosidad, tiene nombre de mujer, mujer llena de lugares, asombros y secretos. Tiene color de tierra, luna y mar. Parece que no fuera de este planeta, por eso nunca se casó, pero en sus entrañas también lleva olor a hombre, es un olor intenso que estremece, que envuelve cuerpos como un aura, absorbiéndolo todo con ojos de sol a sol.
Por la curiosidad sabemos que cada rosa es una vida, que hay más ternura en las manos de los niños cuando acarician, cuando los vemos pasear su seriedad al jugar porque cada uno anda revestido con su personaje preferido. Es la curiosidad la que nos deja –sin permiso a veces- fijar historias en ojos pícaros, escudriñadores y comprensivos, otros demasiado compasivos. Deja pensar que el tiempo ¡sí era tiempo! Por la curiosidad nos llegan notas de amores que va cantando con vos chiquitica una mujer alegre, así esté descubriendo cada día un nuevo dolor, cada año un nuevo suplicio, ella puede inventar otra sonrisa tras las lágrimas de un dolor insoportable, y lo mejor, siente que ya no anda, porque ahora vuela, vuela con las alas de los sueños, con piel de imaginación.
La curiosidad alienta el desfile de ideas que se reproducen como dientes de tiburón, nos refresca una y otra vez la memoria de un mundo que se miraba desnudo por primera vez. Por la curiosidad aprendemos que hay que pensar mucho para saber porque se grita. Por la curiosidad soñamos mas de lo que queremos ser, mas de lo que podemos creer, ella estimula capacidades para desconfiar de lo aceptado, de las apariencias, da lugar para hacer preguntas raras, para incumplir deseos, para ser suspicaz y poder entrar en ese encantado orden de la vida donde prevalece un meneo de colas y cabezas poco curiosas. Es cierto, la curiosidad no mata pero carecer de ella sí, aniquilaría el gusto de de querer ver el otro lado de la colina.
La curiosidad alienta el desfile de ideas que se reproducen como dientes de tiburón, nos refresca una y otra vez la memoria de un mundo que se miraba desnudo por primera vez. Por la curiosidad aprendemos que hay que pensar mucho para saber porque se grita. Por la curiosidad soñamos mas de lo que queremos ser, mas de lo que podemos creer, ella estimula capacidades para desconfiar de lo aceptado, de las apariencias, da lugar para hacer preguntas raras, para incumplir deseos, para ser suspicaz y poder entrar en ese encantado orden de la vida donde prevalece un meneo de colas y cabezas poco curiosas. Es cierto, la curiosidad no mata pero carecer de ella sí, aniquilaría el gusto de de querer ver el otro lado de la colina.
Nos perderíamos de sacar figuras extrañas que salen con chispas de nada a través del lenguaje de la primera infancia, de la segunda, de la tercera. Amo a las personas curiosas porque siempre van a tener un cuento que vale la pena contar, “tienen suerte”, dejémoslos ser, siete veces vividos, siempre contradictorios, pero bastante curiosos para cambiar, dispuestos a renacer con el mismo dolor, saben que así hay que hacer si se quiere escalar esa montaña dura y fría como se torna a veces la vida colorida en su inmensidad pero implacable en sus demandas, demandas que van probando momento a momento que entre mas valiente es el guerrero, mas grande es su sencillez. ¿Curiosidad estás ahí? maye.