Caminar es la primera acción que un niño quiere hacer y la última a la que una persona mayor desea renunciar. Caminar es el ejercicio que no necesita de gimnasios.
Es la prescripción sin fármacos, la medicina que no hay que pagar, el control de peso sin dieta y el cosmético que no puede encontrarse en una farmacia. Es andar y andar, sin complicaciones. Caminar es el tranquilizante sin pastillas, la terapia sin psicoanalista y el entretenimiento que no cuesta un peso. Y además, no contamina, consume pocos recursos naturales y es altamente eficiente. Caminar es conveniente, no necesita equipamiento especial, es auto-regulable e intrínsecamente seguro. Caminar es tan natural como respirar.
Ya lo había corroborado un prestigioso especialista: "si hubiesen más caminantes, existiríamos menos psiquiatras".Pero eso no es todo, más viandantes en la ciudad, mayores posibilidades de convivencia en el espacio público y redistribución más equitativa de los índices de satisfacción. Pero el torpe diseño de las ciudades por equivocadas administraciones de incompetentes funcionarios públicos, imposibilitan hacer una vida de peatón.
Es el costo que tienen que pagar los pobres ciudadanos por el "gobierno" de burócratas que obran como cuotas políticas y no en representación legítima de la gente. Son los responsables de favorecer el uso masivo del automóvil que ha generado un urbanismo fragmentario, con barrios cada vez más alejados y con menor densidad de población, que exigen el uso del carro para llegar al trabajo o acceder a servicios básicos.
Dirigentes incoherentes que no practican los principios esenciales de la movilidad llevando a una transformación urbana de efectos muy graves. Si la densidad de población se reduce tres veces, el porcentaje de viajes cotidianos hechos a pié, en bicicleta o en transporte público se reduce cuatro veces. El costo total de los desplazamientos para la comunidad se incrementa un 50%, el consumo de energía se multiplica por tres y se doblan las muertes causadas por accidentes de tráfico. Mientras el tiempo de acceso a las actividades urbanas para los usuarios que dependen del transporte público se incrementa en un 100%.
Los automóviles están destruyendo el mundo. Los carros consumen en Colombia más del 50% de la energía final y generan más del 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero. La velocidad media urbana de los trayectos automovilísticos es inferior a 30 km/h pero en las grandes ciudades raramente pasa de los 18 km/h. En ciudades como Bogotá, Medellín o Cali, en horas pico no se superan los 15 km/h y los mínimos están en 11 km/h, con el agravante de que el 75% de los viajes son de menos de 3 km y el 25 % de menos de 1 km. Si a eso se le suma las horas de trabajo dedicadas a pagar, mantener, estacionar y reparar el carro, la velocidad media de los automóviles se reduce hasta extremos caricaturescos.
En estos niveles, la dependencia del auto particular supondrá enormes desventajas, mientras no se racionalice su uso.
En cambio, todos hemos nacido peatones, preparados para circular sin llantas de aleación a unos dignísimos 6 km/h. Allí está la mejor riqueza y eficacia de la movilidad, con resultados maravillosos en convivencia y felicidad.
Las ciudades requieren de las mejores decisiones políticas para favorecer a la mayoría y una de las más importantes exige privilegiar al peatón; sin discusión y sin miedo.
*Consultor Ecoplan International, Protocolo de Kyoto