lunes, abril 28, 2008

LA MUERTE EN POPAYAN


POR: HORACIO DORADO G.
Se adelantó “Pazpita”


Escribo este artículo con cierta desazón, porque a mí como a muchas personas, nos causa angustia pensar en la propia muerte. Otras prefieren negarlo y los menos se preparan para ello. Lo único cierto de la vida es que todos tenemos que enfrentarnos a la muerte un día. Bien sea porque la edad nos va llevando esa realidad, una enfermedad o algún accidente que nos pone de cara a esa gran verdad.


24 de Abril, uno de esos días extraños. Ahora en Popayán pocas cosas buenas pasan. Unas son de cal y otras son de arena. La ciudad está llena de puertas invisibles. Algunas dan directo al alma de la gente. Otras se abren de súbito sumergiéndonos en el mar de la intranquilidad.
Eran casi las doce de la mañana cuando le dispararon a “Pazpita”. Su nombre de pila Víctor Hugo Paz Satizabal. Lo asesinaron en la puerta de su casa, en las tradicionales graditas de la calle 2ª, entre carreras octava y novena. En el corazón de Popayán.


A “Pazpita” le truncaron la vida por su marcada ingenuidad. Por creer que aún vivía en ese paisaje entrañable, en donde nada malo podía ocurrirle. Pensaba y vivía todavía en la vieja ciudad de la que nunca salió, ni física ni mentalmente. Recorrió a pie el añoso Popayán, a veces acogedor, otras calmo como su hogar nativo sin que nada pudiera sucederle. ¡Cuán equivocado estaba! Popayán, ya no es el mismo de aquellos tiempos idos. La blanca ciudad, se llena de páginas rojas. ¡Qué de aquellas ocasiones que nos dibujaba en el aire la música! El hilo de las notas del maestro Efraín Orozco con el aire, y la música que con él se fueron. Ahora tocan marchas fúnebres que suenan no solo en Semana Santa. Con ese son de réquiem echamos de menos al insigne carguero Paz Satizabal y otros coterráneos que han corrido igual fatalidad.


“Pazpita”, con su sombrero, montado en su corcel, se adelantó en la cabalgata por la vida. Entre tanto, haciendo fila, sus amigos extrañaremos su avezada tertulia del caballo. Un día ¿cuándo?, no se sabe, estaremos otra vez vestidos de luto para acompañar a la última morada a uno de los que hoy despiden al amigo. No somos invulnerables, inmortales, ni perfectos. Al abrirse la puerta de la memoria, recuerdo tal vez que mi fijación por la muerte, tiene que ver con que nací en este valle de lágrimas. Por mi calle pasaban los entierros, de a pie, ahora en relucientes coches negros. Yo miraba a los conductores siempre los mismos que van de negro al lugar de los muertos.


Y para descompensar este recuento hacia el lado positivo; la luna está en cuarto creciente y a ratos la cubren las nubes. Pero cuando aparece solitaria y blanca, no me canso de admirar tanta belleza. Por eso tenemos que asumir, no sin sobresaltos, la propia muerte y para calmar la ansiedad nada mejor que aligerar el equipaje: sin odio, rencor, ni envidia…
Vive el día de hoy, captúralo. No te fíes del incierto mañana”: Horacio.

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