jueves, febrero 28, 2008

LA LECCIÓN DE LUCÍA


Por Fabio Arévalo Rosero MD*


La vida urbana y competitiva muchas veces no nos deja tiempo para lo esencial. Vivimos mecanizados, además de obsesionados por alcanzar resultados y dinero, este último para comprar satisfacciones y sentido de vida. Ese fue el caso de Lucía quien nos cuenta la historia real y entrañable que vivió con su padre:


"Por 52 años mi padre se levantó cada mañana a las 5:30, excepto el domingo, y se fue a trabajar. Por 52 años estuvo de vuelta para cenar a las 6:00 p.m. No recuerdo que mi padre libase licor. Todo lo que pedía de mi como su hija, era sostener su martillo mientras reparaba algo, para que pudiésemos tener un tiempo para conversar. Siempre quería hablar conmigo.
Por 22 años, desde que dejé el hogar para ir a la universidad, mi padre me llamó cada domingo a las 9:00 a.m. Siempre estuvo interesado en mi vida, mi familia, y nunca le oí quejarse de su vida. Hace nueve años, cuando compré mi casa, mi padre de 67 años, invirtió ocho horas al día por tres días en intenso calor pintándola. No me dejaba pagarle a alguien que lo hiciera. Todo lo que pedía era un vaso de té frío, y que le sostuviese la brocha de pintura para poder conversar conmigo. Pero yo estaba demasiado ocupada, y no podía disponer del tiempo para sostener una brocha o hablar con mi padre.

Hace cinco años, a la edad de 71, otra vez mi padre invirtió cinco horas armando un columpio para mi hija. De nuevo, todo lo que pedía era que le llevase un vaso de té frío y le hablase. Pero yo tenía ropa que lavar y una casa que limpiar. Hace cuatro años, mi padre transplantó un árbol, para que pudiésemos tener un poco de vegetación en nuestra tierra. Yo me preparaba para un viaje y no pude pasar mucho tiempo atendiendo a papá. Una mañana de domingo, mi padre me telefoneó como siempre. Conversamos sobre el árbol que me había traido, Pero esa mañana parecía haber olvidado algunas cosas que habíamos conversado la semana anterior. Como tenía prisa, abrevié y corté la conversación.


La llamada me llegó a las 4:40 pm, ese día: mi padre estaba en el hospital con un aneurisma. Tomé un avión de inmediato, y mientras iba en camino, pensé en todas las veces en que no había tomado el tiempo para hablar con mi padre y no le había dado importancia. Me di cuenta que no tenía idea de quién era él o cuáles eran sus más profundos pensamientos.


Decidí que al llegar, le compensaría por todo el tiempo perdido y tendría una conversación larga y agradable con él para realmente conocerle. Llegué al hospital a la 1 a.m.; mi padre había muerto a las 9:12 p.m. Esta vez fue él quien no tuvo tiempo para hablar conmigo o tiempo para esperarme. Hoy aunque un poco tarde he aprendido mucho de mi padre, y aún sobre mí misma. Como padre nunca me pidió nada excepto mi tiempo; era su bondad".


Nos cuesta a veces darle el tiempo precioso a quién realmente se lo merece. Sin duda esas personas no nos niegan el suyo. La lección de Lucía nos invita a actuar de manera generosa, máxime cuando se tiene un padre triple A.
fabio121@gmail.com

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