lunes, febrero 18, 2008

Tráfico nocturno


por: FELIPE GARCÍA QUINTERO


El colectivo que esta noche me conduce a casa lleva prisa. De nuevo un semáforo nos detiene durante algunos segundos. Poco antes el hueco inundado de la esquina hizo sentir la velocidad en el cuello cansado de los pasajeros.
Y mientras el verde eléctrico aparece en el ojo del poste, tomo un tanto de aire, giro la cabeza inmóvil y miro por la ventanilla apenas abierta el contrastivo paisaje temporal de una calle silenciosa y vacía, opuesto al interior de mi viaje solitario por la ciudad del afán, junto a este puñado de compañeros mudos, de entre quienes llama mi atención el niño sentado en el puesto contiguo al mío. Su mirada diáfana descansa en el charco espeso que la gente procura no pisar.
Pero ahora es el tráfico lo que nos detiene más de lo previsto. Entonces empiezan los murmullos de la impaciencia y el mal humor es visible en los rostros aún taciturnos, próximos al sueño como a maldecir. Sí, el tráfico nocturno ha empezado a gestar en Popayán una forma nueva de ser en la ciudad. ¿Será acaso el síntoma molesto de una edad mayor?, me pregunto. O, tal vez, ¿otra consecuencia indeseada del desarrollo urbano no planificado? “Faltan vías”, dice una señora que ha saltado el muro de la impasibilidad y conquista la trinchera de la opinión pública. “Además de haber muchos carros, todos pasan por los mismos lugares”, replica el muchacho del paraguas en la mano y los dos buldogs tatuados en el brazo. El diagnóstico del problema de la movilidad parece encontrar a dos expertos ignorados, cuyas hipótesis generaciones se complementan.
Esta forma de hacer ciudad, de pensarla porque se la sufre y se disfruta por igual y sin excepción, me lleva a creer que el asunto esbozado aquí no es sólo un efecto de la nostalgia, de cuando caminar, por ejemplo, era la mejor manera de ser payanés. La cuestión reviste mayor complejidad, puesto que también el transeúnte advierte que un nuevo tiempo ha llegado; de seguro mejor, quizá peor. Decirlo así suena apocalíptico, si tenemos en cuenta que el afán nuestro no ha sido nunca por alcanzar el futuro; ni acaso habitar a plenitud el presente, pues el esfuerzo mayor conseguido es el de no salir del pasado, de continuar por siempre en la imaginaria arcadia colonial. Sin embargo, la modernidad urbana hace mucho que instaló su dictado de maravillas y terrores en el hábito contemporáneo, aunque la memoria no lo tenga presente y sólo se logre manifestar su perplejidad.
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