FRANCISCO CAMPILLO
La importancia del Chapulín Colorado para la constitución del ser latinoamericano. Así debería titularse una eminente tesis doctoral en alguna prestigiosa universidad de los Estados Unidos.
Hasta podríamos probar traducción: The importance of the Red Chapulin for the Latin American being’s constitution. Pero aclararemos: las páginas, en costosa prosa gringa, nunca pagarían una hora frente a cualquiera de los hilarantes capítulos en español que desde siempre hemos visto y que sin embargo siempre resultan nuevos e inagotables.
La tesis fundamental del trabajo que por mera vanidad provinciana imagino laureado o algo así, intentaría exponer, fenomenológicamente, cómo nuestro ser latinoamericano es una mezcla rara de patetismo, corrupción, trivialidad y derrota, y que nuestra Historia está determinada a nivel ontológico por el ya clásico “y ahora, ¿quién podrá defendernos?” (“and now, who will be able to defend”) y claro, también por la periódica emergencia de héroes de lo ridículo, pero no siempre tan inofensivos, bonachones y bien intencionados como el Chapulín (ver, por ejemplo, la historia nuestra de curas y presidentes).
Incluso, a riesgo de ganar silencios sepulcrales, defendería, pero en mi caso como si se me chispoteara, la tesis de que el problema identitario es, para ser francos, puro botadero de corriente (onto-teológica) si acaso no ocasión de interesantes estafas, pero obviamente, aquí no tendría por qué cundir el pánico, puesto que a nivel de doctorado se deben tener fuerzas y argumentos para exponer verdades tan palmarias pero sobre todo saludables para la vida de quienes estamos metidos en el gran barrial empuercado de la Historia de Colombia.
En la sustentación ante prestigiosos doctores gringos, yo mismo, suponiendo fuera candidato a Doctor, no perdería oportunidad de vestirme de Chapulín Colorado en lugar del ortodoxo traje, sustentando esa histórica trasgresión, en pertinencias expositivo-teóricas, lo cual, imagino, me ganaría votos a favor tanto como la jerga antropológica, lingüística, literaria con la cual empantanaría todo, por si acaso, pues como sabemos, es garantía de prestigio universitario el abundante uso de terminachos de resonancias académicas, con los cuales poder tramar incautos. Por lo tanto, rematando hazaña semejante en la academia del norte, y siendo consecuente con este Relato, terminaría, al final, dando un saltito todo simpático y chapulinesco y diciendo –mientras en la mano sostengo en lugar de la tesis doctoral un chipote chillón– ante caras que me place imaginar perplejas y tontas, ¡no contaban con mi astucia! (¡they didn’t have my cunning!).
La importancia del Chapulín Colorado para la constitución del ser latinoamericano. Así debería titularse una eminente tesis doctoral en alguna prestigiosa universidad de los Estados Unidos.
Hasta podríamos probar traducción: The importance of the Red Chapulin for the Latin American being’s constitution. Pero aclararemos: las páginas, en costosa prosa gringa, nunca pagarían una hora frente a cualquiera de los hilarantes capítulos en español que desde siempre hemos visto y que sin embargo siempre resultan nuevos e inagotables.
La tesis fundamental del trabajo que por mera vanidad provinciana imagino laureado o algo así, intentaría exponer, fenomenológicamente, cómo nuestro ser latinoamericano es una mezcla rara de patetismo, corrupción, trivialidad y derrota, y que nuestra Historia está determinada a nivel ontológico por el ya clásico “y ahora, ¿quién podrá defendernos?” (“and now, who will be able to defend”) y claro, también por la periódica emergencia de héroes de lo ridículo, pero no siempre tan inofensivos, bonachones y bien intencionados como el Chapulín (ver, por ejemplo, la historia nuestra de curas y presidentes).
Incluso, a riesgo de ganar silencios sepulcrales, defendería, pero en mi caso como si se me chispoteara, la tesis de que el problema identitario es, para ser francos, puro botadero de corriente (onto-teológica) si acaso no ocasión de interesantes estafas, pero obviamente, aquí no tendría por qué cundir el pánico, puesto que a nivel de doctorado se deben tener fuerzas y argumentos para exponer verdades tan palmarias pero sobre todo saludables para la vida de quienes estamos metidos en el gran barrial empuercado de la Historia de Colombia.
En la sustentación ante prestigiosos doctores gringos, yo mismo, suponiendo fuera candidato a Doctor, no perdería oportunidad de vestirme de Chapulín Colorado en lugar del ortodoxo traje, sustentando esa histórica trasgresión, en pertinencias expositivo-teóricas, lo cual, imagino, me ganaría votos a favor tanto como la jerga antropológica, lingüística, literaria con la cual empantanaría todo, por si acaso, pues como sabemos, es garantía de prestigio universitario el abundante uso de terminachos de resonancias académicas, con los cuales poder tramar incautos. Por lo tanto, rematando hazaña semejante en la academia del norte, y siendo consecuente con este Relato, terminaría, al final, dando un saltito todo simpático y chapulinesco y diciendo –mientras en la mano sostengo en lugar de la tesis doctoral un chipote chillón– ante caras que me place imaginar perplejas y tontas, ¡no contaban con mi astucia! (¡they didn’t have my cunning!).