COFRADÍA
Por: Alexander Buendía Astudillo
La Semana Santa se acerca, es evidente. De otra forma no se explicaría cómo hay tanto movimiento de ornato en el centro de la ciudad. Cada año es igual, una ola de cal blanca empieza a cubrir las centenarias paredes de nuestra colonial Popayán. De repente, en pocos días, los huecos del centro desaparecen, las fachadas de las casas se enlucen, se señalizan las vías, se arreglan los imperfectos y el verde del parque Caldas es más verde y el blanco de las paredes más blanco.
Por estos días, decenas de obreros desfilan con escaleras, andamios, baldes de pintura, brochas, rodillos y espátulas, todo para que la ciudad quede “digna de recibir a los ilustres turistas que nos visitarán en los días de la Semana Mayor. Su labor es incansable, y es admirable! Sólo que tales niveles de eficiencia y dedicación apenas se ven en esta época: algunos trabajan en las noches y los fines de semana en las tarde. Su rapidez para dejar todo blanco y limpio no tiene precedentes.
Pero no se trata sólo de pintura, también la ciudad empieza ponerse más limpia y ordenada; es como si, repentinamente, lo payaneses echáramos menos basura a la calle, o los vendedores ambulantes hubiesen conseguido empleo, o si los grafiteros tomaran vacaciones. De hecho, los viejos gratifis que nos han acompañado por meses desaparecen, y si alguno “sale” de un momento a otro para “perturbar” la blanca quietud, sólo tarda unas horas antes de verse sepultado bajo una nueva capa blanca de cal.
Curiosamente, la ciudad por esta época cambia para no cambiar. Cambia para que parezca que el tiempo no pasa por ella, para parecerse más a una ciudad del pasado que del presente, pues el futuro apenas es una palabra. Cambia para quedarse inmóvil, para escurrirse entre las grietas de la tradición y mostrarse única ante los visitantes.
Pero quines vivimos aquí, sabemos que el lunes de Pascua todo seguirá igual; algunos esperarán nuevamente que llegue la Cuaresma del próximo año para ver la ciudad enlucida pero mientras eso ocurre el tiempo transcurrirá lento y sin mayores sobresaltos.
En todo caso, es bueno reseñar que la ciudad se pone más linda que de costumbre y dan ganas de caminarla y dejarse arrullar por los faroles. También se vuelve más acogedora y más segura; su oferta cultural se incrementa y parece, al menos por unos días, que la ciudad es para todos. Lástima que esto pase sólo una vez al año y lástima que los cambios sólo se vean en el centro.
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