domingo, diciembre 14, 2008

Los buenos y malos gobiernos

CARLOS E. CAÑAR SARRIA
carlosecanar@hotmail.com

Churchill afirma que la democracia es el menos malo de todos los sistemas de gobierno, por lo tanto debemos preservarla. Los pueblos mediante el voto depositan su confianza en las personas que los dirigen y gobiernan. Centran en ellas las esperanzas de una vida mejor. Se les confía el bienestar y la tranquilidad física y mental de los asociados. Su presente y su futuro. Mientras los buenos gobernantes y dirigentes sólo buscan el bien público, los malos sólo se buscan y se encuentran a sí mismos; utilizan el poder para acomodar a unos pocos en detrimento del bienestar general de las personas. Cuando esto sucede se comete un desperdicio, un gran robo y una injusticia.
Nada genera tantas expectativas como los cambios de gobierno, pues una de las esencias de la democracia es la alternancia del poder que da lugar a soñar con un futuro más promisorio, garante de seguridad y tranquilidad. Desafortunadamente, en momentos de crisis- cuando se deben lucir quienes detentan el poder-, éstos se esconden o se ausentan. Aparecen en tiempos preelectorales y electorales y desaparecen cuando deben dar la cara a la difícil problemática por la que atraviesan las personas. Se preparan para ganar las elecciones pero no para gobernar. No hay liderazgos y la población se percibe completamente huérfana y desprotegida. Estamos orientados hacia un destino ciego. Nuestras sociedades en lugar de evolucionar involucionan. Se constata más abandono, más desempleo, más pobreza, más inseguridad, más contaminación, etc. La sociedad varía pero no progresa. Los malos gobiernos carecen de amor a la patria. Resulta oportuna la tesis de Montesquieu: “El amor a la patria mejora las costumbres, y la bondad de las costumbres aumenta el amor a la patria. Cuando menos podemos satisfacer nuestras pasiones personales, más nos entregamos a las pasiones colectivas”. Elegir buenos gobiernos es preservar la democracia.
Los buenos gobiernos son oportunos, eficientes y eficaces a la hora de responder por las demandas de la población. Hacen del poder posibilidades de servicio. No proveen todo, pero dan las herramientas necesarias para que el pueblo acceda a unas buenas y estables condiciones de vida. No recurren al populismo barato, democratero; por el contrario, con el liderazgo que les caracteriza, cohesionan y comprometen al pueblo en la solución de problemas con objetivos comunes.
Se requiere sentido común para detectar un buen o mal gobierno. Recorrer las calles y avenidas, barrios y veredas; observar cómo y de qué viven o sobreviven las personas, a qué dedican el ocio, qué y cómo aprenden los niños y los jóvenes, cómo solucionan los conflictos entre habitantes y entre éstos y el Estado, etc. A los buenos gobiernos les caracteriza un Estado que actúa no en términos de fuerza y de violencia sino en inversión social. Aquellos gobernantes que en momentos difíciles están ausentes y en el lugar equivocado, no merecen el aplauso ciudadano. El sueldo que devengan, extraído del bolsillo de los contribuyentes termina en una estafa. Los malos gobiernos ameritan la revocatoria del mandato. Sólo así se podrá exigir seriedad y verdadero compromiso a aquellos –reiteramos-que se preparan para ser elegidos pero no para gobernar.

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