martes, diciembre 16, 2008

"Autoestima" y "autoerotismo"

FABIO ARÉVALO ROSERO MD

El personaje más importante de muchas familias duerme en el garaje. De hecho tiene el espacio más amplio de la casa. Es el que recibe las mejores atenciones, se le brinda la máxima seguridad, se lo consiente y se lo "policha". Es parte de las mayores preocupaciones con un generoso presupuesto mensual. Recibe además uno de los "alimentos" más caros. Un litro de su principal brevaje vale el doble de lo que cuesta el equivalente de nutritiva leche, con el agravante de que el primero emana gases venenosos cuyo daño es difícil de tratar y cuantificar. Esa es la realidad cultural de un influyente sector de nuestras comunidades motorizadas. El carro se ha convertido en extensión de la piel humana, una especie de complemento indispensable ante evidentes debilidades de orden personal que modifican el comportamiento. No es extraña la transformación que asumen tantos propietarios de vehículos particulares al despersonalizarse y entregarle su identidad al auto. Es por ello que son comunes expresiones como: "me quedé sin frenos", "estoy sin pito", "me quedé sin gasolina", "me dieron por detrás", etc. Tampoco podemos negar el poder de la seducción automotriz cuando nos convertirnos en flamantes propietarios. Alguna vez nos ha pasado que al introducirnos en una cabina como amos, sufrimos una especie de transmutación. Asumimos la identidad del carro para mejorar nuestra autoestima, que no es otra cosa que la alta estima al auto. O en mejores circunstancias financieras que nos permiten acceder a vehículos de alta gama, el ego se infla hasta alcanzar ribetes de autoerotismo por las manifestaciones de amor por los autos. Con decepción hemos llegado a un culto sin precedentes de los carros convertidos en reyes del espacio público. Han desplazando con violencia a los humanos promoviendo modelos de ciudades "antipersona". La primera vez que se tuvo noticias de un traumatizado en un accidente automovilístico fue el 30 de mayo de 1896 en Nueva York. El herido fue un ciclista. La primera muerte en un accidente de tránsito fue el 17 de agosto del mismo año y fue un peatón. Bridget Driscoll, de 44 años y madre de tres hijos fue atropellada por un auto. Luego de seis horas de juicio el juez dictaminó que había sido una "muerte accidental" y declaró: "Esto nunca deberá volver a ocurrir". Lamentablemente volvió a ocurrir una y mil veces. Más precisamente volvió a pasar más de treinta millones de veces. Y no es casual que un ciclista y un peatón hayan sido los primeros muertos pues ellos son los que más llenan las estadísticas. Los altos índices de morbilidad y mortalidad asociados a los accidentes de tránsito, siguen siendo motivo de preocupación para los organismos encargados de la salud pública de todo el mundo, en tanto son una de las principales causas de muerte dejando un promedio anual de 1,3 millones de fallecidos y 50 millones de heridos. América Latina es la región del mundo que presenta un porcentaje mayor de muertes en accidentes de tránsito por habitante (26,1 cada 100.000 personas, cuando la media mundial es 13). En Colombia las estadísticas de los últimos años indican que la tasa anual de victimas mortales de accidentes de tráfico es inferior a 20 por cada 100 mil habitantes. Mientras no exista legítima regulación con políticas públicas formadoras, seguiremos en un infierno sobre ruedas. Es la realidad de la equivocada autoestima basada en el privilegio de poseer un auto que otorga falso prestigio. Con el crecimiento casi geométrico del parque automotor, el uso inteligente y racionalizado del carro solo puede ser el resultado de acuerdos comunitarios promovidos por gobernantes que sean líderes genuinos, con alta credibilidad e independencia

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